SAMUEL DORIA MEDINA
Hemos conmemorado el septuagésimo aniversario de la Revolución de abril de 1952 con pocos actos públicos. Esto en parte se debe a que este gobierno, como los anteriores gobiernos del MAS, menosprecian y omiten a la Revolución Nacional, con el evidente propósito de presentarse a sí mismos como los únicos políticos progresistas que ha tenido el país, los únicos que se han preocupado de los hombres y las mujeres del campo, de los indígenas. Es una cicatería que se origina en la inseguridad, porque de los cambios que se produjeron después del periodo revolucionario, solo uno, la reconquista de la democracia en 1982, puede compararse con la dimensión de las transformaciones del 52. Y este no se debe al Movimiento Al Socialismo.
Es cierto que la Revolución tuvo un aspecto autoritario. Por algo se llamó revolución, lo que implica una transformación impuesta por medios de hecho. Es verdad que en 1952 estalló contra un régimen ilegal y antidemocrático, el gobierno de una junta militar que había usurpado el derecho de Víctor Paz y Hernán Siles de gobernar, luego de haber ganado las elecciones de 1951, pero perfectamente podía haberse llevado por delante a un gobierno democrático.
Por otra parte, la Revolución Nacional, en su ocaso, dio paso a las dictaduras militares que llevaron a la generación anterior a la mía, y de la que me considero heredero, a cambiar completamente de ideología y métodos, y abrazar conscientemente la vía electoral como la única legítima herramienta del cambio.
Desde otro punto de vista, que es el punto de vista del desarrollo económico y el cambio social, la Revolución Nacional fue muy progresista y necesaria para el país. Y no me refiero a la nacionalización de las minas, aunque creo que el Estado debe hacerse cargo de los sectores estratégicos de la economía. Para mí, la del 52 fundamentalmente fue una revolución campesina. La parte de la población que más cambió con ella no fue otra que la indígena.
Primero, por la Reforma Agraria y el voto universal, y luego por la multitud de reformas modernizadoras que se produjeron (la sindicalización, la expansión del mercado, la aceleración de la urbanización, etc.), que sustituyeron las relaciones de tipo servil por otras objetivas e igualitarias, y, por tanto, modernas.
No podemos valorar en toda su magnitud, tan grande es esta, los efectos de este proceso sobre los bolivianos que fueron arrancados en cosa de pocos años desde una vida estancada y de sometimiento a la autoridad personal de los patrones a un presente dinámico y moderno. No se puede usar más que adjetivos superlativos para referirse al sacudón psicológico y existencial que representó el paso de la mayoría de los indígenas bolivianos de la semiesclavitud a la libertad.
Este salto tuvo repercusiones que los autores de la reforma agraria y el voto universal estuvieron lejos de anticipar. Abrió las compuertas a una riada caudalosa e indetenible de nuevas aspiraciones, actitudes, trayectorias vitales, sentimientos (buenos y malos), cambios en la vida cotidiana, en la ubicación de la población en el territorio, en las formas de habitación, comercio, trabajo, educación y socialización, etc.
Vivimos en la sociedad que ese brinco histórico produjo. Y es una sociedad que, gracias a la Revolución Nacional, es mejor, más igualitaria y humana que la que existía previamente.
SAMUEL DORIA MEDINA
Empresario, líder político y exjefe de Unidad Nacional.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21