LUIS ANTEZANA
Pero, en los hechos, lo más importante fue que el tratado de Brest dio a esos y otros pueblos el derecho a la autodeterminación. Aquí, lo más notable fue que en cuanto decidió “retroceder” y aplicar el derecho a los movimientos independentistas de los pueblos, enfermó súbitamente y falleció (1924), dando paso a la dictadura paranoica de Stalin, cuya política radical era diametralmente contraria a la de Lenin, en particular en los aspectos citados.
Stalin impulsó enérgicamente el imperialismo de la Unión Soviética (el aparato físico para aplicar el comunismo) e incorporó a Ucrania en la Constitución, revelando, en esa forma su conducta zarista, hereditaria social o biológicamente, del expansionismo de sus antecesores.
Mediante esa política se formó un Estado imperialista soviético integrado por 15 naciones (con Rusia a la cabeza), imperio que llegó a ocupar un sexto del territorio del planeta y abarcar unas cien nacionalidades, aparte de enviar el primer satélite y al primer hombre al cosmos, como manifestación de dominio no solo mundial sino en otros planetas.
Stalin gobernó durante la Segunda Guerra Mundial y expandió aún más el territorio ruso con base en el autoritarismo y la centralización burocrática y conformó la gigantesca URSS. A la muerte de Stalin, empezaron los movimientos independentistas de las naciones conquistadas y sometidas por el régimen de los soviets. Se repuso la vigencia de principios y valores democráticos por encima de intereses ideológicos y burocráticos a nivel mundial, dando fin a la profunda división creada por la Guerra fría, entre el Este y el Oeste del planeta. Era el ocaso del zarismo socialista y de la unión de las repúblicas soviéticas.
Stalin procedió con la misma soberbia y prepotencia de Iván el Terrible y, al fallecer en 1953, dejó el imperio ruso sin el basamento autocrático y expansionista que impuso por treinta años. La URSS recibió un golpe mortal.
Advino, entonces, la veloz decadencia del Imperio soviético y, casi súbitamente, sin un tiro de origen externo, se desmoronó desde adentro. Aún más, se vislumbró su desintegración. Primero, Polonia, convertida en colonia de Moscú, en 1989 con un movimiento sindical de obreros realizó elecciones, se independizó y tomó el gobierno. Ese mismo año, Albania del Este se liberó del domino ruso y enseguida de ser derribado el Muro de Berlín, se produjo la unificación de Alemania.
A esa cadena de desastres le siguieron Checoslovaquia y Rumania, donde el comunista Nicolae Ceausescu y su esposa, fueron fusilados. La URSS estaba en vertiginoso proceso de desintegración debido los procesos nacionalistas de liberación de polacos, checos, ucranianos, georgianos y otras nacionalidades oprimidas (1).
La política no intervencionista de Mijaíl Gorbachov y los problemas económicos y políticos internos prendieron la mecha de los movimientos independentistas en las naciones marginales del otrora poderoso bloque comunista, no sin dificultades, pues en 1991 se produjo un movimiento opositor de la línea dura del Partido Comunista que intentó derrocarlo, pero fue evitado gracias a las muestras de apoyo popular y del líder ruso, Boris Yeltsin.
En diciembre de 1991, Gorbachov renunció al cargo, reconociendo que “el viejo sistema colapsó antes de que el nuevo comenzara a funcionar” y enseguida se firmó la declaración oficial de la disolución de la Rusia Soviética. A poco, el Congreso aprobó una nueva Constitución rusa.
Retornando a las libertades democráticas formales, hubo elecciones para presidente de lo que se denominó Federación Rusa, que ganó Vladimir Putin, quien, con sueños de grandeza, restauró la política expansionista de los viejos autócratas zaristas, tratando de recuperar a favor de Rusia las naciones que se independizaron en años anteriores y procedió, en forma paranoica, a invadir Ucrania, nación que mantiene indeclinable el principio de autodeterminación, pisoteado por Putin, admirador de Catalina II, esposa del zar Pedro el Grande, que se caracterizó por invadir y apoderarse de los grandes territorios autónomos de Curlandia y de Crimea.
(1) Ucrania tiene la mitad de la superficie de Bolivia y 45 millones de habitantes. Rusia tiene 22 millones de kilómetros cuadrados y 250 millones de habitantes.
LUIS ANTEZANA ERGUETA
Escritor e Historiador
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21