La última Coca-Cola en el Desierto

  • “La idea de la libertad está en el corazón del liberal. Los destinos humanos no están escritos, no se hallan trazados de manera fatídica. Individuos y sociedades pueden trascender los condicionamientos geográficos, sociales y culturales y alterar el orden de las cosas mediante actos, optando por ciertas decisiones y descartando otras”. (Mario Vargas Llosa).

Cuentan las crónicas del 28 de septiembre de 1918 que, en medio del fragor de la batalla en la región de Marcoing (Francia), durante los combates de la Primera Guerra Mundial, un soldado inglés de nombre Henry Tandey, escuchando la voz de su conciencia, compasión, misericordia y siguiendo el sentido del honor con el que había sido formado, en el preciso instante que tuvo de ultimar de un tiro a un soldado del ejército alemán herido, decidió perdonarle la vida. Ese soldado herido era Adolf Hitler, quién experimentó en aquel instante algo parecido a una epifanía que lo indujo a pensar que su vida respondía a un designio divino, profético, casi mesiánico.

A pesar de aquello, los sueños nacionalistas de Hitler parecían esfumarse junto con la derrota del ejército alemán de la primera guerra, sin embargo, la institución castrense se encargó de insertarlo en algunos grupos políticos. El DAP (Deutsche Arbeiterparteir) Partido Obrero Alemán, conmovido por su brillante oratoria, lo adhirió entre sus filas el 19 de octubre de 1919, dando inicio a su carrera política. En poco tiempo se convertiría en líder del partido al cual, poco tiempo más tarde, le cambiaría el nombre por el de Partido Obrero Nacionalista Alemán (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterparteir).

Su abierta oposición al tratado de Versalles, la exaltada defensa de sus ideas raciales, así como la promoción del pangermanismo, el espacio vital o el aniquilamiento de las razas consideradas inferiores, fueron aceptadas rápidamente por la burguesía industrial alemana que necesitaba encontrar culpables ante la delicada situación económica provocada por la guerra, que había conducido a la pobreza a buena parte de las clases medias, otro aspecto que provocaba temor era el rápido ascenso comunista en el continente.

Los seguidores y militantes del partido no lo veían simplemente como a un líder, la narrativa creada sobre sí, su retórica, sumada a su habilidad política construían un mito. Para ellos era el salvador infalible que Dios había mandado para salvar Alemania. Para el 7 de noviembre de 1921 el Periódico Nacional Socialista (Vôlkischer Beobacchter), publicaba lo siguiente: “En el futuro, para referirse al máximo dirigente nacionalsocialista no se utilizará el anticuado nombre de “presidente”; en su lugar, se le otorga el título de Führer (guía, caudillo, conductor), asegurando abiertamente que el Führer era el nuevo mesías.

La realidad política del mundo deja ejemplos ilustrativos de lo que constituye la megalomanía y mitomanía que se hace latente en sinnúmero de líderes políticos a lo largo de la historia. Rafael Leónidas Trujillo, el dictador dominicano que inspiró la novela de Mario Vargas Llosa: “La Fiesta del Chivo”, permite recrear los años de sufrimiento y dolor del pueblo dominicano y el contexto en el que los denominados “trujillistas”, entregaban su dignidad mansamente a la voluntad del dictador, al que consideraban un dios. Trujillo, era conocido por su culto a la personalidad, que incluía la colocación de su nombre en puentes, edificios públicos y hasta en las matrículas de los coches.

Francisco Franco, el dictador español que se consideraba un enviado de Dios y se adjudicó el título de “Caudillo de España por la Gracia de Dios. Quienes lo conocieron definían los rasgos de su personalidad como un hombre frío, imperturbable, silencioso, hermético, sin dejarse llevar por sus pasiones. Entregado a fuego y sangre a la disciplina y la autoridad, castigando severamente cualquier situación que estuviera fuera de las normas. Estaba convencido que había sido elegido por la providencia para cumplir una misión transformadora.

Idi Amin Dada Oumee, el dictador ugandés que fue considerado el Hitler africano y fue llamado el carnicero de Uganda, tomó el poder mediante un golpe militar el año de 1971. Su personalidad siniestra instauró un reinado del terror que dejó cientos de miles de muertes. Se hacía llamar “señor de todas las bestias de la tierra, de los peces del mar y conquistador del imperio británico”. En la historia reciente de Hispanoamérica, se tienen una larga lista de “líderes” que encajan perfectamente en este perfil.

Una realidad irrefutable muestra que los políticos tienen una sombra muy negra, un lado oscuro dominado por el ego que lo alimentan con pensamientos o creencias completamente descabelladas, situaciones que la ciudadanía ha normalizado en lugar de hacer una reflexión consciente que debería provocar el rechazo, repudio y malestar generalizado. La historia duele, incomoda y avergüenza al descubrir la falta de límites y exacerbada mediocridad con la que obran los “supuestos responsables” de conducir el destino de sus países (políticos).

En procesos electorales recientes es frecuente ver asociadas a las facciones populistas hablando en nombre de las regiones, ciudades, pueblos, grupos religiosos, democracia, libertad, entre otros, intentando cohesionar aspectos morales y políticos para convencer a sus potenciales electores, los mismos a los que han defraudado en múltiples ocasiones.

Polarizar les brinda a los políticos la oportunidad de mostrar sus posturas pre-electoralistas, en las que construyen (falazmente) la idea de que un populismo de izquierda debe ser combatido con un populismo de derecha. Eso es no entender la importancia de la democracia liberal, de la visión de un Estado limitado, del estado de derecho, de libertades irrestrictas. Lastimosamente, no hacen nada para corregir su conducta y muestran una vez más sobrestimadas sus capacidades apelando a la ignorancia y la necedad del pueblo que insiste en mirarlos como gigantes.

Existe una urgente necesidad de aprender a no endiosar políticos, probablemente ese sea el verdadero desafío, aprender a no endiosar políticos que teniendo una sombra oscura todavía tienen el tupé de creerse la última Coca-Cola en el desierto. El ciudadano no es consciente de lo que hace y de cómo ese resultado se manifiesta en su vida como destino, el subconsciente condiciona la percepción de la realidad, sus decisiones, actitudes, reacciones, sin percatarse que estas decisiones tan íntimas de su conciencia repercuten externamente afectando a todos.

Se debe aprender que la política no puede condicionar el resultado de nuestras vidas, que la noticia política permanente no debería seguir acaparando los temas cotidianos, económicos, sociales, culturales, etc. Aprender a vivir sin tener que calcular o vaticinar el pensamiento, deseo o ánimo de los políticos para decidir libremente sobre las actividades o acciones que debe desarrollar cada individuo, dejar de endiosar y temer al político que mediante la fuerza y la violencia impone su visión del mundo y toma decisiones vinculadas a los individuos que afectan directamente a su realidad.

Mientras todo eso ocurre hoy en día, mantengamos firme la esperanza y que el optimismo nos invada, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y cambien nuestra manera de pensar, no olvidemos que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora de ponerse de pie”.

  • CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
  • ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21