Cuentan las crónicas del 1 de enero de 1959 que, tras encabezar la Revolución cubana, Fidel Castro y los miembros del Movimiento 26 de Julio, derrocaban a la dictadura de Fulgencio Batista, dando inicio al primer gobierno marxista-leninista del continente e impulsando reformas de corte nacionalista que terminarían por transfigurar el rostro de la otrora Perla del Caribe. Hasta aquel momento (1958), Cuba tenía el tercer lugar PIB per cápita de América Latina, mostrándose como uno de los países más desarrollados y modernos de la época, con una industria fuerte que exportaba azúcar, tabaco y productos agrícolas a diferentes partes del mundo.
Durante la primera mitad del siglo XX, Cuba lideraba los avances tecnológicos e industriales de Iberoamérica, siendo el primer país en contar con tranvía y otros medios de transporte modernos. La comunicación fue parte fundamental, inaugurando en 1906 la comunicación telefónica por discado directo. En el campo de la medicina fue pionera en el campo de los rayos X y la atención hospitalaria, contando con índices de 1 médico por cada 977 habitantes, cifras muy superiores a los de países europeos. Desarrolló una industria turística con lugares de gran atractivo, cómodos y elegantes, que eran frecuentados en buena parte por turistas norteamericanos.
Durante la década de los años cincuenta, a poco de desarrollarse la Revolución, Cuba inauguraba el primer edificio construido con hormigón armado, mostrando al mundo el avance arquitectónico y de ingeniería emplazado en sus ciudades. La industria ganadera disponía alrededor de una cabeza de res por cada habitante de la isla y la mortalidad infantil se había reducido al 33.4 por mil, siendo la más baja de los países iberoamericanos de aquellos años. El analfabetismo era del 23.6%, lo que le había valido el reconocimiento de la ONU. El tendido eléctrico abastecía de energía al 82.9 % de las viviendas y habían inaugurado mucho antes que otros la televisión a color. Estos y otros aspectos, le permitieron a Cuba para el año 1958, ocupar la posición 29 entre las mayores economías del planeta.
Tras sesenta y seis años de dictadura castrista, el futuro prometedor que rodeaba a la isla, se fue diluyendo como agua entre los dedos en una mezcla indescifrable de lágrimas y sangre derramada por su gente. Hoy sólo quedan ciudades en ruinas, locales comerciales, fábricas e industrias cerradas; calles derruidas y desiertas que conservan a cada lado casas desvencijadas, sin puertas, sin ventanas ni techos, propiedades abandonadas por cubanos que consiguieron escapar rumbo a los Estados Unidos, México o Europa.
El año 2023, Cuba tuvo que sufrir una inflación del 30% y un déficit fiscal del 18%, según datos presentados por el gobierno. La escasez de alimentos y medicamentos –que se arrastra desde la década de los años noventa y se agudiza año tras año–, derivó en una oleada de protestas masivas que se prolongaron durante días y fueron reprimidas duramente por las milicias cubanas. Otro grave problema tiene que ver con la provisión de energía eléctrica tan irregular, que deja en tinieblas a los hogares de millones de cubanos, a veces por horas, otras por días e incluso semanas, debido a la falta de inversión en el mantenimiento y reparación de las plantas administradas por el Estado.
Lo llamativo en todo esto es que existan a día de hoy, grupos de políticos que de manera incomprensible –al menos a simple vista–, tengan el interés y la desatinada intención de copiar el modelo nacionalista cubano para replicarlo en sus respectivos países. El resultado del modelo económico fue como en el caso de Argentina, Venezuela o Bolivia, un fracaso absoluto. Un modelo que favoreció a unos pocos y abrió paso al latrocinio y la expoliación de recursos, terminando por socavar la esperanza de un país (Bolivia) que se desangra lentamente.
El escenario es desolador, la inflación acumulada de 9,97% a diciembre de 2024, que puede verse reflejada en los mercados, donde los precios se incrementan notablemente, debiendo sufrir la ciudadanía los efectos de la escasez o ausencia de alimentos (aceite, tomates, arroz, carne, etc.), así como de diésel y gasolina. La fuga de capitales y de inversión promovidas por la falta de seguridad jurídica, las regulaciones y prohibiciones a las exportaciones, sumada a la incapacidad de las “autoridades” a la hora de resolver estos problemas, han ocasionado que exista falta de divisas extranjeras y fundamentalmente de dólares americanos, afectando al sector productivo y la economía de forma directa.
2025: La inversión se desploma, el crecimiento económico se encuentra por los suelos, el gobierno conduce el déficit fiscal a niveles que no se sostienen, mientras la deuda se incrementa y la inflación supera todas las proyecciones realizadas por los economistas más pesimistas. Sumado a ello, la incertidumbre que generan los políticos y la coyuntura actual, no aporta en lo más mínimo para recuperar la esperanza.
Mientras tanto, los precandidatos a la presidencia de Bolivia han preferido desperdiciar los últimos meses sosteniendo “pulsetas” personales y destapar la canasta de trapos sucios, exponiendo sus propias miserias en lugar de dar a conocer respuestas de solución a los graves problemas que debe hacerse frente. Los políticos bolivianos prefieren optar por el empleo de sofismas y poner en práctica (desde la década de los años ochenta), sus mejores discursos demagógicos y propuestas inverosímiles que son difíciles de creer. Alguno de ellos trata de treparse a la ola liberal, como “liberal de izquierda”, posiblemente un nuevo modelo carente de principios y valores inherentes a las ideas de la libertad.
Ludwig von Mises decía: “Cada uno de nosotros lleva sobre sus espaldas el peso de parte de la sociedad, y nadie ha sido dispensado de su responsabilidad por los demás; nadie puede hallar una vía de escape para sí mismo si la sociedad se ve arrastrada por la destrucción. Por consiguiente cada uno, por su propio interés, debe participar vigorosamente en la batalla intelectual. Nadie puede permanecer indiferente; del resultado de esa lucha dependen los intereses de todos”.
En tanto los científicos desarrollan una vacuna que cure a la gente del socialismo, recurramos a mecanismos convencionales que permitan atenuar el daño que provoca éste mal. La “revolución del sentido común” evitará que los políticos sigan haciendo presa de engaño a los ciudadanos. Libremos la batalla cultural y mantengamos intacto nuestro optimismo.
Finalmente, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y manera de pensar, no olvidemos que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora de ponerse en pie”.
- CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
- ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
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