Bolivia se encuentra en un punto de quiebre. La incertidumbre política, la crisis económica y la fragmentación social han convertido la elección presidencial en un laberinto donde cada decisión puede definir el rumbo de una nación. Mientras el país se hunde en el alza de precios, la inflación galopante y la pérdida de poder adquisitivo, el debate político parece un espectáculo de sombras, donde las figuras se proyectan grandes, pero sus ideas se desvanecen en el vacío.
El dilema que enfrentamos no es simplemente escoger a quien nos resulte más carismático o simpático. La verdadera pregunta es más profunda: ¿qué significa liderar? Más allá de la política, gobernar es un acto de servicio, una entrega absoluta al bienestar de la gente. Elegir un presidente no puede ser un acto de simpatía ni una apuesta al azar; es un reflejo de nuestras propias esperanzas y temores, de lo que estamos dispuestos a exigir y de lo que estamos dispuestos a tolerar.
«Un país no se construye con promesas vacías ni con discursos adornados, sino con decisiones firmes, sacrificios conscientes y la convicción de que el mañana se edifica hoy.»
La economía de Bolivia se deteriora a diario. Cada billete que intercambiamos es testigo de una lucha silenciosa, de esfuerzos que se diluyen en un mercado cada vez más adverso. Pero el problema no es solo material, sino también espiritual. Hemos dejado de reconocernos en el otro, de compartir una identidad común que alguna vez nos sostuvo. La fragmentación social nos ha alejado del significado más esencial de ser bolivianos: la unión.
Es momento de detenernos y reflexionar. No podemos seguir eligiendo líderes con los ojos cerrados, atrapados en la inercia del descontento o la apatía. La responsabilidad de cada boliviano en las próximas elecciones no es solo emitir un voto, sino hacerlo con conciencia, con la certeza de que nuestras decisiones forjan el destino de quienes vendrán después.
El futuro de Bolivia no puede quedar en manos del populismo, la improvisación o el oportunismo. Estamos en tiempos de elección, y entre el caos y la esperanza, debemos encontrar el valor de mirarnos en el espejo de nuestra historia. Solo nosotros podemos decidir qué camino tomaremos, pero para ello, primero debemos preguntarnos quiénes somos y qué país queremos construir.
Porque al final, el futuro no es una promesa vacía, sino la consecuencia de nuestras elecciones en el presente. Si queremos una Bolivia unida y próspera, debemos elegir con la mente clara y el corazón comprometido. No podemos permitirnos otro error. No es solo el destino de una nación lo que está en juego, sino el bienestar de cada ciudadano, el porvenir de nuestras familias y la posibilidad de un mañana más justo.
La historia nos ha demostrado que los países no se construyen en un solo día, sino con cada decisión que tomamos, con cada sacrificio que asumimos y con cada ideal que defendemos. Si queremos recuperar la grandeza de Bolivia, debemos empezar por recuperar nuestra voz, exigir responsabilidad y comprometernos con un cambio genuino. Porque al final, la nación no es solo un territorio, es la gente que la habita, la memoria que la sostiene y el sueño que la impulsa hacia adelante. La pregunta ya no es solo quién nos gobernará, sino qué estamos dispuestos a hacer por Bolivia.
- SERGIO PÉREZ PAREDES
- Coordinador de Estudiantes por la Libertad en La Paz, con estudios de posgrado en Historia de las ideas políticas y Estructura de discursos electorales.
- *NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21