El Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), fundado el 23 de abril de 1978 por Óscar Zamora Medinaceli, surgió como una expresión política que abogaba por ideales comunistas. Sin embargo, a lo largo de los años, se ha transformado en una “franquicia política”. Este término, más que una crítica superficial, resume la capacidad del FRI de adaptarse y alquilar su sigla a distintos líderes políticos según la conveniencia del momento, sin importar las ideologías o los proyectos de país en juego.
En 2018, el FRI volvió a escena después de décadas de irrelevancia política, prestando su sigla a Carlos Mesa. Este acuerdo permitió a Mesa candidatearse como presidente bajo la alianza Comunidad Ciudadana (CC), en una campaña que prometía renovar la política nacional. El pacto entre Mesa y el FRI fue un matrimonio de conveniencia: Mesa, sin partido político propio, necesitaba una plataforma, y el FRI encontró una oportunidad para recuperar relevancia. Sin embargo, tras dos elecciones consecutivas y una relación marcada por tensiones internas, el vínculo llegó a su fin.
El reciente giro político del FRI al aliarse con Jorge “Tuto” Quiroga, un liberal autoproclamado, reavivó el debate sobre la falta de coherencia ideológica en la política boliviana. Quiroga, conocido por su postura neoliberal y sus críticas a la izquierda, decidió aceptar la sigla del FRI, un partido históricamente identificado con ideales opuestos a los suyos. Este movimiento no solo contradice los principios que él mismo dice defender, sino que también expone la fragilidad de las alianzas políticas en el país.
¿UNA SIGLA QUE VIVE DE ALQUILER?: DE MESA A TUTO
La crítica más fuerte hacia el FRI no es solo su capacidad de aliarse con figuras tan dispares como Mesa y Quiroga, sino la facilidad con la que transforma sus principios para adaptarse a las ambiciones de políticos tradicionales. En ambos casos, el FRI se ha comportado más como una herramienta electoral que como un partido con una visión de largo plazo. Mientras que Mesa utilizó al FRI para consolidar su candidatura y construir un bloque opositor, Tuto ha tomado el mismo camino, pero con una alianza que ya comienza a ser cuestionada por su falta de visión unitaria.
La política boliviana parece estar atrapada en un ciclo interminable donde los mismos actores recurren a los mismos métodos, esperando resultados diferentes. Tanto Mesa como Tuto representan a una generación de políticos que, en lugar de construir bases sólidas de renovación, optan por atajos políticos que terminan debilitando cualquier intento de oposición real al Movimiento Al Socialismo (MAS).
¿UNA DERROTA ANUNCIADA?
El pacto entre Tuto y el FRI no solo pone en riesgo la unidad de la oposición, sino que perpetúa el desencanto de la población con la clase política. Mesa ya ha denunciado esta alianza como una traición a los acuerdos previos para formar un bloque unificado. Por su parte, Tuto enfrenta el desafío de justificar cómo un político que se declara liberal puede utilizar la plataforma de un partido con raíces comunistas, sin caer en contradicciones evidentes.
UNA REFLEXIÓN PARA LOS JÓVENES
La historia del FRI, de Mesa y Tuto, nos muestra el desgaste de una clase política que sigue reciclando los mismos errores. Como jóvenes, no podemos permitirnos repetir esta narrativa. El futuro de Bolivia no puede estar marcado por las mismas divisiones y estrategias de corto plazo. Si deseamos construir un país diferente, debemos alejarnos de las prácticas políticas que nos han llevado a este punto. Es hora de apostar por proyectos sólidos, éticos y realmente transformadores. La política no puede ser un juego de conveniencias.
Es hora de rescatar los valores de la libertad, la innovación y la responsabilidad política, alejándose de las prácticas que perpetúan el estancamiento y el control de unas pocas manos. Lo que estamos presenciando no es un cambio ni un progreso, sino una repetición del mismo ciclo viciado, donde los viejos políticos se disfrazan de nuevos liderazgos para perpetuar un sistema que no representa a la ciudadanía. Esta estrategia de alianzas sin principios, de candidaturas vacías que buscan sobrevivir a toda costa, no solo socava la credibilidad de las instituciones democráticas, sino que también frustra las aspiraciones de los jóvenes que buscan un futuro diferente.
Los jóvenes no podemos conformarnos con heredar este modelo de transacciones políticas; debemos aspirar a crear un entorno donde las ideas, y no las alianzas oportunistas, sean la base del progreso.
Esta es una lección crítica para nuestra generación: si continuamos replicando las fórmulas que han llevado al fracaso, estamos condenados a repetir los mismos errores. Es hora de cuestionar, de proponer, de exigir un cambio real. Porque si algo es seguro, es que el futuro no se construye con las herramientas del pasado, y el liderazgo del mañana no puede surgir de las cenizas de un sistema agotado.
- ESCARLET PÉREZ
- INGENIERA COMERCIAL. ABOGADA. PERIODISTA EN EJERCICIO. COORDINADORA LOCAL DE STUDENT FOR LIBERTY Y COLUMNISTA EN FEDERACIÓN INTERNACIONAL DE JUVENTUDES LIBERALES (IFLRY)
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