Los astrólogos como los encuestadores políticos intentan predecir el futuro, aunque de maneras muy distintas, para un público que tiene el deseo innato de conocer lo que nos depara el destino. Mientras que los astrólogos basan sus pronósticos en la interpretación de los astros y sus supuestas influencias, los encuestadores afirman fundamentar sus análisis en datos y estadísticas.

La diferencia entre ellos entonces es de una creencia versus métodos ‘científicos’.

A pesar de pretender ser científicos, los encuestadores políticos han fallado en sus predicciones en repetidas ocasiones. Ejemplos recientes incluyen las elecciones presidenciales de EE. UU. en 2016, 2020 y 2024, las elecciones legislativas de EE. UU. en 2022, el Brexit en 2016, las elecciones en Bolivia en 2020, las de Argentina y España en 2023, y las elecciones legislativas en Francia en 2024.

¿Bolivia 2020? En octubre 2020, Unitel y Bolivisión difundieron un estudio realizado por Ciesmori a días de la elección, que mostraba a Luis Arce con una intención del 42% de los votos válidos y a Carlos Mesa con un 33% y apuntaban a una segunda vuelta.  Todas las otras encuestadoras coincidían en una segunda vuelta con un Carlos Mesa victorioso. Los resultados finales fueron 55% y 28% respectivamente y el resto es historia.

Ahora que otra vez empezamos un escenario electoral, las encuestas ¿podrán ser más acertadas?  No lo creo.

El sistema de encuestas políticas tiene una falla fundamental que es la de transparencia (accountability): aunque fallen en sus predicciones (como suele suceder), nos “explicarán” por qué se equivocaron, y les creeremos hasta que vuelvan a fallar. Y aunque no nos den explicaciones, seguiremos consumiendo sus horóscopos políticos.

El periodismo no ayuda.  En lugar de ser crítico, es cómplice de este sistema. Replican las encuestas sin analizarlas a fondo, y algunos canales de televisión incluso las presentan como si fueran un concurso de belleza, donde uno está ganando hasta ver el próximo episodio para enterarnos si algún otro retoma el liderazgo y ‘gana’ la corona.

Esta dinámica beneficia tanto a los medios como a las encuestadoras. Los medios usan las encuestas para generar “sorpresas”, “controversias” y “anomalías”, que luego son analizadas por “expertos” y comentaristas, repitiendo este ciclo con cada nueva encuesta hasta la elección.

Esta simbiosis entre las encuestas y los medios de comunicación se remonta a la década de 1930, cuando George Gallup y Elmo Roper desarrollaron el concepto de “opinión pública” y vieron en la prensa a su principal cliente. Si las encuestas podían determinar las preferencias de la gente por la pasta de dientes, ¿por qué no podían predecir también su voto? Así, la encuesta política nació como una extensión de las técnicas de investigación del marketing de productos y marcas.

La llegada del big data alrededor de 2006 generó expectativas sobre una nueva era en las encuestas. Sin embargo, más que ser una nueva ciencia en pañales, es una ciencia que infantiliza complejos temas sociales y políticos reduciéndolos a preguntas con respuestas binarias, y presentando los resultados como un reflejo fiel de la “opinión pública”.

El problema no solo radica en la precisión de las herramientas, sino también en un error de diseño fundamental: los encuestadores, como cualquiera, no son observadores neutrales.

Están influenciados por sus propias creencias y supuestos, sus “paradigmas”, como los llamaba Thomas Kuhn llevándonos a errores sistémicos en las encuestas: encuadre (framing) (la forma en que se formula una pregunta influye en la respuesta), el lenguaje (las palabras, el tono y la estructura de la pregunta afectan su interpretación y la respuesta) y el orden (el orden de las preguntas y las opciones de respuesta también pueden sesgar los resultados).

Aunque el Tribunal Supremo Electoral aún no autoriza la publicación de encuestas electorales, ya existen estudios de opinión pública que se están utilizando para encuadrar e influir en el debate electoral.

Uno de ellos es el “estudio cualitativo” Delphi de la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES) en Bolivia. Este estudio, está basado en las opiniones de 131 “actores políticos, analistas, periodistas y especialistas”, o sea, es una agregación de opiniones de conocidos e insiders a la que la misma FES lo autodenomina, convenientemente, como el resultado de un “muestreo por conveniencia”.

También circula el Monitor de Opinión Pública (MOP) de Ipsos Ciesmori, que se autodenomina “la herramienta de seguimiento de las opiniones y sentimientos de las personas de mayor credibilidad del país” destacando en su ficha técnica que, el 77% de los encuestados en el MOP tienen estudios técnicos, universitarios o superiores.

En resumen, la muestra del primer estudio es poco convincente y de escaso rigor científico para ser considerada como “opinión pública”.  El MOP de Ipsos Ciesmori basa sus hallazgos en entrevistas a un grupo que no refleja el nivel de educación de Bolivia en su conjunto y aunque nos la venden como la opinión, de “las personas de mayor credibilidad del país”, tampoco refleja la opinión pública.

Como los astrólogos, los encuestadores políticos, todo lo saben y nada conocen.

  • JOSÉ LUIS CONTRERAS C.
  • ECONOMISTA.
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21