Cuentan las crónicas del 15 de agosto de 2011 que, el médico Nils Cazón prestaba auxilió a un menor de apenas ocho años en el puesto de salud de Yuchara (Tarija, Bolivia), debiendo trasladarlo de urgencia al hospital San Juan de Dios de la capital tarijeña, debido al cuadro séptico de peritonitis aguda y sepsis que amenazaba la vida del menor. En el trayecto, comunarios de la Central Iscayachi (Puente Mendez, Tarija), habían bloqueado varios kilómetros del camino con piedras y escombros, exigiendo nada más y nada menos que, el aumento del bono Prosol de 2.000 a 4.500 bolivianos. Una demanda que era más factible discutirla en la oficina de algún burócrata, había sido volcada a asumir medidas extremas, tan habituales para los bolivianos. Aquel fatídico día, ante la deshumanización e intolerancia por parte de los bloqueadores, fallecía el pequeño niño sin tener la menor oportunidad de llegar al centro médico donde podía salvar su vida. Uno de los tantos casos de bloqueos con víctimas inocentes, que jamás obtendrán justicia.

Durante el año 609 a.C., el Reino de Juda atravesaba uno de los más delicados momentos de su historia, en un escenario de desolación y dolor, el profeta Jeremías emitía el siguiente juicio en contra de las autoridades: “Y curan a la ligera la herida de mi pueblo, diciendo paz, paz y no hay paz. Acaso tienen vergüenza de haber cometido abominación, ciertamente no la tienen y ni siquiera saben lo que es sentirla. Por lo tanto, van a caer entre aquellos que caigan, cuando yo los castigue, caerán, dice el Señor”. Esta profecía fue lanzada contra los poderosos que actuaban de una forma vil y malvada, sin mostrar el menor arrepentimiento, confiados en sus alianzas militares y en el sentimiento de creer ser el pueblo elegido.

La conducta carente de valores morales básicos, preñada de maldad, depravaciones y abominaciones, iban en contrasentido del mandato de Dios, a pesar que intentaban mostrar una situación completamente distinta. Las afirmaciones de los líderes de Juda eran falsas, no buscaban la paz, ni obtendrían la paz. Cometían delitos y arbitrariedades sin ruborizarse, cometiendo iniquidades en contra del pueblo y de sus aliados, abstrayéndose por completo de la realidad. Aseguraron de esta manera su caída, igual que la que habían experimentado tantos otros gobernantes. La invasión del Rey Nabuconodosor II a la cabeza de los ejércitos babilónicos, arrasaron con Jerusalem, deportaron y esclavizaron al pueblo.

En la actualidad, los líderes políticos se niegan a reconocer la maldad de su conducta y apelan por el contrario a mostrar un complejo de superioridad emanada de su condición de líderes de masas con la que absurdamente conducen a sus pueblos a deslizarse por una pendiente regada de sangre que no es sencillo legitimar en el derecho a su defensa y que se ve excedido por muerte de civiles, torturas, persecuciones, cárceles y crímenes perpetrados sistemáticamente, además de crear en el imaginario colectivo sentimiento de dolor, ira, estrés y tristeza con el que la gente debe vivir todos los días.

Estas conductas de maldad ejecutadas por los “líderes”, obligaron a las personas a vivir en un estado de angustia permanente, ante lo cual se vieron forzados a buscar respuestas alternativas que, -en otro tiempo–, sirvieron como catarsis de liberación. En las últimas décadas, estás respuestas alternativas terminaron por convertirse en un trastorno límite de la personalidad que amenaza permanentemente contra la vida de propios y extraños. Los bloqueos de caminos en Bolivia aparecieron en la década de los años setenta como una herramienta, que para aquellos años mostró eficacia en la recuperación del sistema democrático.

A partir de aquel momento comenzó a construirse una cultura en torno a los bloqueos, las marchas y las movilizaciones en carreteras, ciudades y calles terminaron por arraigarse como práctica frecuente de la vida de los bolivianos. Si bien es cierto que, en su origen, resultaba ser una medida legitima de protesta que buscaba obtener una respuesta justa a los reclamos de la ciudadanía, con el paso del tiempo comenzó a emplearse como herramienta de presión ante demandas variopintas, cuando no, absurdas y ridículas (que parecen) extraídas de un “comic” o algún libro de ficción.

De un tiempo a esta parte el descontento por parte de la población que rechaza los bloqueos comenzó a ganar adeptos, a pesar del bloqueo mental que sufren los “dirigentes” políticos, que manifestaban públicamente su rechazo y descontento contra los bloqueos, convocando airadamente a sus miembros y afiliados a “bloquear en contra de los que bloquean”. “Vamos a bloquear para que desbloqueen” El oxímoron que raya dentro de lo absurdo y pone en evidencia la ausencia de creatividad, capacidad e inteligencia para encontrar salidas alternativas a los conflictos emergentes.

Una sociedad que naturaliza el bloqueo, sufre un trastorno límite de personalidad que la orilla a vivir atuoflagelándose, creyendo (estúpidamente) que el mismo veneno servirá como cura a los múltiples males. Las personas buscan hacer frente a sus personalidad negativa actuando de la misma forma que aquellos que promueven la maldad, arrastrando a la autodestrucción a su familia y por añadidura a la sociedad de la que forma parte, debido a que estimula conductas contrarias a la sana convivencia y el respeto, dejando como resultado hombres y mujeres cargadas de ira, estrés, tristeza, odio y peor aún, replicando y justificando las falacias y los delitos de dirigentes que “bloquean en contra de los bloqueos”, que son incapaces de brindarle la oportunidad de vivir a un niño de tan solo ocho años de edad, al igual que a decenas de víctimas que murieron por culpa de los bloqueadores (criminales).

Esta conducta de autoflagelación (bloqueos) se viene extendiendo sin sentido aparente, lastimando la economía familiar y de los más desvalidos, contrariamente a lo que señalan los “dirigentes políticos” que buscan perjudicar a los gobiernos de turno. La imposibilidad de transitar libremente y de poder trabajar regularmente es una incertidumbre los 365 días del año. La pérdida de productos que no llegan a los mercados, verduras, mercados, carnes, entre otros productos que incrementan el precio, debe ser asumido directamente por el consumidor final, afectando dramáticamente a su economía.

Este trastorno límite de personalidad que normaliza el bloqueo debe extirparse de la sociedad. La búsqueda de acciones alternativas que permitan encontrar resultados más efectivos a los reclamos emergentes debe realizarse. Es inadmisible creer que las soluciones a los terribles conflictos sociales, políticos y económicos serán propuestos por aquellos mismos que los ocasionaron, por lo que, es imperativo que el ciudadano deje de ser cómplice de los “políticos y dirigentes”, pasando de una buena vez por todas de depositar su voto en aquellos que tienen bloqueo mental, aquellos que bloquean para desbloquear o por aquellos que bloquean por deporte, para extorsionar o encubrir delitos, que son los mismos (conocidos) que han bloqueado el desarrollo del país y se roban toda esperanza.

  • CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
  • ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. MIEMBRO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BOLIVIA.
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