Crisis de agua se ahonda en el Illimani

Es agosto y entre las nubes que acarician al Illimani, los siete grupos de comunarios de Cayimbaya, del municipio de Palca, se reparten un tramo del canal que desciende por la ladera del imponente cerro. Allí trabajarán por tres días para limpiarlo, colocarle piedras y, por primera vez, también cemento.

El objetivo de este año es evitar que el agua, cada vez más reducida por la desaparición del glaciar en ese pico, se filtre dentro de la tierra y así el líquido llegue con más cuerpo a sus cultivos, a sus animales y sus hogares.

Esta decisión fue necesaria ya que, desde hace algún tiempo, las aproximadamente 250 familias que habitan en esta comunidad tuvieron que racionar el paso del agua, dividiéndose en siete grupos, a los que llega la corriente por canales y sólo por un par de horas.

Para ello, quienes son designados suben a diario hasta un punto alto de la acequia y mueven las piedras, como si fueran portones, para dejar pasar el agua a un lado y cerrar al otro, hasta la hora en que le toque al encargado de otro sector realizar la misma labor para su grupo.

Agua

El Illimani es un enorme macizo de más de ocho kilómetros de longitud y tiene cuatro cumbres que sobrepasan los 6.000 metros sobre el nivel de mar. Es el último nevado de la hilera de cumbres de la Cordillera Real, que empieza en el norte con el imponente Illampu.

La comunidad de Cayimbaya está clavada en una de las laderas del nevado paceño, en el pico que no se ve, justo del otro lado de la cara que mira a la ciudad de La Paz. Justamente en esa cumbre la nieve ha desaparecido y, a pesar de ser invierno, sólo se divisan las rocas oscuras y el escaso hielo que se acumula en algunas grietas o pliegues.

Por tradición, los comunarios de Cayimbaya viven del cultivo de una gran variedad de productos, como papa, choclo, haba, arveja, zanahoria, cebolla, tomate, vainita; y frutas como durazno, chirimoya y pacay, según detalla Basilia Choque. Sin embargo, por la misma geografía montañosa, sólo manejan parcelas en los tres diferentes pisos ecológicos en que se extiende la población: altiplano, valle y subtrópico.

“Aunque vivimos cerca del Illimani no tenemos agua, este zanjeo que estamos haciendo es porque cerca del Illimani somos muchos y ahora nos llega poquita agua”, dice Basilia, mientras trabaja en uno de los grupos que está a cargo del cementado de 100 metros del canal.

Ella, como decenas de mujeres, hombres, jóvenes y hasta ancianos, es parte de las labores en la construcción del canal que se crea sobre la misma acequia que, desde años inmemorables, da vida a la comunidad.

Al grupo de Basilia le tocó trabajar en una pendiente leve. Más allá, otro grupo se organiza. Son como 20 personas que llegaron caminando, con palas y picotas a cuestas, para seguir su labor en el sector designado.

Son las 10 de la mañana y junto con el secretario general, Teófilo Mamani Aruquipa, llegan los músicos que amenizarán la jornada. Suena la pinquillada.

Basilia se adelanta al decir que seguramente muchos piensan que allí, en las faldas del nevado, no debería faltar el agua, “deben pensar que tenemos harta agua, pero no somos así, se va el agua y hay poquito”.

El dirigente, por su lado, explica que por esta situación es que se dividieron por sectores para recibir el agua, igual para todos, y ahora comparten el trabajo de esa obra. “La poca agua que venía, en medio del camino se perdía, y poca agua ya sacamos del Illimani, por eso es que ahora trabajamos con nuestros recursos”.

Espera que, con la obra de canalización, la cantidad de agua sea mayor para cada familia y que eso les permita, incluso, sembrar más productos en sus parcelas.

Los problemas

Según el ex dirigente Fabio Flores, el calentamiento global es un factor que ha causado el derretimiento de las nieves y la consecuente reducción de la cantidad de agua en el lugar.

“Tanto calentamiento global que hay en nuestro país, por eso es que se perdía, no llegaba lo que baja del Illimani; solo como cuarta parte del agua llega a nuestros cultivos”, afirma.

En busca de una respuesta ante la reducción de los caudales que llegan a la acequia, en la comunidad, la gente también recuerda que hace un par de años sintieron un fuerte sismo. “Dicen que eso ha abierto más grietas, por eso el agua ahora se entra en la tierra y poco es lo que baja”, señala una vecina que solo sonríe cuando se le pide dar su nombre.

Sin embargo, la mayoría señala a la nieve que ya no existe sobre aquella parte del cerro que se yergue ante su comunidad y detrás del cual, desde algunos sectores, aún se puede ver el blanco de la nieve que queda en otros picos.

“Ya no alcanza el agua. Queremos pedir ayuda para hacer una represa, estamos pidiendo ayuda para que en tiempo de lluvia podamos cosechar y estancar el agua”, señala el Secretario General.

Así como el dirigente, los representantes de grupos y los comunarios piden mayor presencia de los gobiernos para solucionar esta demanda. Afirman que del sector salen entre cuatro y ocho toneladas de alimentos cada semana hacia la ciudad de La Paz y, con orgullo, dicen que son productos sin químicos, sanos, y cultivados con el agua limpia del Illimani.

La mejora de los caminos es también un pedido común. “Han visto cómo están los caminos; si fuera mejor, más ancho, nuestro producto más fresquito puede llegar”, dice Basilia.

Pues ciertamente el camino de tierra hasta Mecapaca, por un lado, o hasta la población de Palca, por el otro, es estrecho en muchos sectores y presenta baches, hundimientos, polvo y piedras que hacen peligroso y moroso el tránsito hasta la comunidad, a la que se puede llegar en no menos de cuatro horas, pero en más tiempo si hay lluvias, por el barro que se acumula en algunos sectores e incluso el paso por ríos o afluentes.

Los comunarios de Cayimbaya preparan sus productos los lunes y los jueves, y llegan al mercado Rodríguez de La Paz los martes y viernes. También llevan algunos camiones hasta el sector Faro Murillo, en El Alto, los viernes, para vender sus alimentos ellos mismos, directamente del productor al consumidor. Pero por el estado del camino, el producto puede golpearse o marchitarse, según comentan.

El ritual

Cada año, al son de la pinquillada, las familias de Cayimbaya escalan la montaña sagrada para cumplir con el ritual del Larqa Alli, que consiste en que, a lo largo de la principal acequia, la gente recoja las ramas, hojas y otros elementos estancados que hayan caído allí y puedan ensuciar la corriente, para que esta continúe su camino sin nada que la ensucie.

El agua cae fría y cristalina, y agarra fuerza en las pendientes que apuntan a Cayimbaya.

Este año fue diferente, ya que el ritual ancestral fue transformado en el trabajo comunitario que necesitan para canalizar esta misma agua, para que llegue en mayor cantidad a la comunidad, para que no se filtre en la tierra.

Las banderas se agitan y las mujeres preparan el espacio para el apthapi. Cada jefe de grupo invita comida a los visitantes y hay desde sopas hasta fricasé para celebrar el trabajo conjunto, el ritual comunitario.

Luego se retoma el trabajo. Un camión llega hasta una loma, porque el sendero ya no le permite avanzar sin riesgo, y descargan arena y bolsas de cemento. Como hileras de hormigas, las siluetas de los más fuertes van y vienen bordeando la colina, empujando las carretillas hasta los puntos donde trabajan sus grupos.

Entre las dos y tres de la tarde también llegan los niños, después de haber asistido a la escuela y haber almorzado. Ellos van a apropiarse del ritual y el trabajo comunitario, como un solo cuerpo, en busca del bien común.

“Desde nuestros ancestros”, afirma don Fabio, se realiza cada año el ritual, en el que todos cargan sus herramientas y trepan el cerro antes nevado, aún sin caminos y con pocos senderos, para limpiar la acequia, tocar música y compartir la comida, después de haber limpiado y asegurado la provisión del agua limpia que hoy, como nunca, les hace cada vez más falta.

La minería se mueve silenciosa y depreda ríos en la cuenca del nevado

En el camino hacia las faldas del Illimani, en las cuencas que se forman desde el nevado, se pueden ver campamentos mineros, retroexcavadoras y camiones en busca de arena y minerales, actividades que afectan no solo a los ríos, sino a la vida del lugar y de las regiones donde llegan esos ríos.

En Palca, cerca de la comunidad Cayimbaya, también se comprobó la reactivación de una planta de extracción de wólfram, en plena ladera, donde es evidente la contaminación del agua en dos piscinas que muestran las aguas sucias del proceso, abiertas y a la vista de quien pasa por el camino del lugar.

El mítico nevado Illimani de La Paz sigue sufriendo por la minería ilegal. El lado visible del cerro desde la sede de Gobierno parece no tener problemas; sin embargo, desde la parte trasera -que es visible desde los Yungas paceños- se puede comprobar que existen puntos donde algunas empresas extraen oro.

Lo mismo sucede con la cooperativa Cerro Negro, cuya acción se cotiza en al menos 20 mil dólares, según los comunarios del lugar, y en la que están involucrados habitantes de tres comunidades.

Ya en 2017, el entonces ministro César Navarro confirmó la presencia de 40 áreas mineras e informó que 18 de ellas eran exconcesiones, pero que también había 17 solicitudes de contratos que no fueron autorizados.

En septiembre del año pasado, el gobernador de La Paz, Santos Quispe, comprobó que había ciudadanos chinos que estaban explotando oro en las faldas del Illimani. La autoridad regional pidió al Gobierno que realice un control de estas actividades ilegales.

En 2012 el nevado paceño fue declarado Patrimonio Natural del Estado Plurinacional de Bolivia mediante la Ley 302. Sin embargo, se realizaron muy pocas acciones para su protección y, como es evidente, también continúan las actividades mineras.

En las faldas del Illimani y en las cuencas cercanas, que incluyen las que se desprenden del Mururata, cooperativas y empresas mineras buscan, sin reparos, extraer minerales, incluido el oro, o arena, impulsadas por la alta demanda de este material para la construcción, por lo que escarban las riberas a diario.

Las comunidades lo saben, pocos reclaman, pese a que el daño es evidente, pero también porque las labores involucran a algún familiar, vecino o conocido, en áreas donde la principal actividad es la agricultura, y hay pocas opciones de trabajo alternativo, con ganancias mayores a las que da la producción.

  • //FUENTE: VISIÓN 360//