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CARLOS ARMANDO CARDOZO
Con una crisis totalmente consolidada en el país, manifiesta en la escasez de dólares, carburantes y productos de la canasta familiar. Parecería irónico que el número 1 de este país en su calidad de presidente, causante del desmoronamiento estructural de su supuesto modelo y con este la economía en su conjunto, sea un economista que no le entiende nada a la economía.
Sin embargo, es totalmente comprensible el que un economista sea el autor intelectual y material de uno de los principales fiascos que el país a experimentado. Es la escuela que da origen a este tipo de gurús que consideran que el Estado es omnipresente y omnipotente por tanto solo basta un decreto, una ley o una circular para corregir el rumbo de la economía para bien de los objetivos que se supone guían su accionar: la dichosa desigualdad social.
Las Universidades y sus académicos no se manifiestan a propósito de la crisis, parecería que es un evento previsible y hasta minúsculo que no requiere ser discutido, hablan sobre la pobreza, sobre la desigualdad o el medio ambiente cual país de primer mundo ajenos al problema, desde una burbuja flotante por encima de los demás. Discuten como planificar programas sociales desde experiencias en países de primer mundo sin considerar que el lugar donde se encuentran busca el mismo resultado, pero ignoran el contexto: informalidad, educación precaria, desempleo, banca intervenida, burocracia y corrupción.
Pues claro si la música se toca bajo el ritmo keynesiano y la letra de la canción narra las bondades de la ingeniería social obviamente no tienen objeciones con que el Estado patalee sobre políticas desesperadas con tal de que sean ellos los protagonistas y directos responsables de la solución o su agravamiento. Su única preocupación es el quién en lugar de cuestionar el cómo.
Los economistas en Bolivia están formados para bailar al son del Estado y por ende los políticos, aquellos que se arrogan su titularidad. Son predecibles y hasta patéticos cuando muestran confianza ciega en los discursos “políticos” de autoridades del Banco Central de Bolivia, o el Ministerio de Economía y Finanzas.
Distorsionaron la economía desde la academia para llevarla a un culto al Estatismo Absoluto.
Priorizan certezas mediocres que los Estados apenas alcanza a proveer, en contraposición deslegitiman la libre asignación de recursos, bienes y factores productivos que el mercado no intervino puede garantizar, de manera tajante y contundente.
Confunden de forma mal intencionada el mercado como un mecanismo perfecto cuando en realidad son sus resultados las mejores soluciones posibles dadas las circunstancias, la toma de decisiones y el proceso de negociación entre partes. Esos mismos economistas creen que están en condiciones de establecer con exactitud qué es lo que la gente quiere, necesita y el orden en el que debería priorizar su presupuesto.
Su fatal arrogancia solo se equipará con su ceguera y visión miope de la economía. Obsesionados por el corto plazo, el ahora ignoran las consecuencias a mediano a largo plazo de las políticas públicas. Ahora entienden dónde nace el problema, son los economistas tanto los que están parasitando del Estado como aquellos que con su silencio cómplice simplemente asienten con la cabeza cualquier disparate emitido por los voceros públicos.
Si piensan que un economista es el único capaz de resolver la crisis que el “ecomunista” Arce Catacora le heredó, cuidado con lo que desean. Estos magos tienen las mismas cartas bajo la manga y usan las mismas palabras mágicas, lo único que varía es la rutina con la que distraen al público de lo que realmente está sucediendo delante de sus ojos. Más que economistas son los políticos de segunda fila (sin liderazgo, sin carisma, sin discurso, sin creatividad).