Cambiafrecuencias, tonterías y libertad de expresión

JORGE ESPAÑA

“A riesgo de expresar cualquier tontería, de equivocarme”. El otro día escuché en un coloquio organizado por la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) decir a alguien esto mismo, y quien terminaba diciendo: “porque no habría ningún problema en hacerlo. ¡Porque hay libertad de expresión!”.

Pues bien, esto mismo es lo que pasa todo el tiempo. Cuando, por ejemplo, un líder sindical manifiesta a viva voz: “Si inhabilitan a Evo (siempre que puede se refiere a sí mismo en tercera persona como si fuera un mesías) va a haber entonces una convulsión social. Si quieren eso, háganlo, pero eso será responsabilidad del Gobierno”.

Luego, el mismo personaje anuncia una “batalla legal”, cambiando el discurso y en un lenguaje aparentemente pacificador pide: “paciencia (…) no realicen movilizaciones ni bloqueos de carreteras hasta agotar la vía legal contra el Congreso de los seguidores de Arce”. No pasaron siquiera dos días desde esta última declaración aromatizada con tintes de leguleyo y ya se le sale vuelve a salir el lenguaje amenazante. El pirómano tratando de encontrar un fósforo para su gasolina manifiesta: “si no quieren habilitarme como candidato “a las buenas” será “a las malas” y esto lo lograremos con movilizaciones”.

¿Por fin?

Esta forma camaleónica de tener tres, cuatro y hasta cinco discursos, de tener hoy una posición y mañana cambiarla completamente, es lo que se conoce como “cambiafrecuencias”. Es un problema digno de una evaluación psicológica, por un evidente “Trastorno de Personalidad Límite” (TPL). Pero lo interesante además de lo que dice, es que la libertad de expresión se lo permite.

Porque los medios de prensa ofrecen una vitrina con marquesinas rutilantes todo el tiempo; para que alegre y suelto de cuerpo, un ciudadano bajo el rótulo de expresidente, pueda decir cualquier tontería, lo que se le ocurra, sin despeinarse ni ruborizarse, cuando es evidente que ni siquiera puede ponerse de acuerdo consigo mismo. Lo más preocupante, generando un estado de zozobra, llamando prácticamente al levantamiento contra el orden establecido y la paz social, por un interés velado, tiránico y despótico.

¿Qué pasaría si hiciera lo mismo algún otro expresidente o el líder de alguna otra tienda partidaria política?

Esta es la forma en nuestro altoperuanismo heredado de los segundinos españoles que llegaron de lontananza para engañar al nativo con espejitos; para que llenando dos cuartos de oro liberaran a Atahuallpa, el Inca. Desde que los cacicazgos aimaras venales, clientelares que buscaban cuidar su pequeño poder y señorío que ahora están mimetizados en forma de sindicatos configuren la receta clásica de hacer politiquería, mintiendo, engañando, estafando y asaltando la razón.

Es decir, para ponerlo en claro, son nomás la forma velada, cínica, metamórfica, inconstante e inconsecuente por estricta esencia, de mostrar cuatro, cinco, seis caras diferentes como en el teatro japonés. De cambiar de discurso, a según de qué lado sopla el viento. Y de decir, desdecirse, repetirse a sí mismo y al minuto contradecirse.

Entonces, tan ligero de palabra como un perfecto “saca-suertes”, como un vulgar charlatán, hoy puedo decir por ejemplo, en primera persona: “un solo muerto en mi gobierno y me voy”.  Como no se cumple el enunciado por la premisa principal, entonces diré: “pasando estas elecciones y a la conclusión de mi mandato, me retiro al Chapare a disfrutar de una vida de solaz regocijo en mi restaurante y a criar pescados” (sic).

Puedo cambiar entonces de parecer al otro día y decir que, “oigo voces en mi cabeza que me piden volver a presentarme porque tengo un deber histórico y cinco años, diez años, quince años más no son nada”. Una semana después, puedo decir que “me quedaré si el pueblo lo decide”; luego, no conforme con el resultado de la voz del pueblo que respondió “¡Bolivia dice NO!”, entonces trastoco inmediatamente mi discurso por enésima vez para decir: “es mi derecho humano”.

Como resulta que no había sido tal derecho humano, paseándome por encima de la CPE, entonces amenazo con movilizar a mis huestes y demás tukuimas, para que finalmente sí, como por arte de magia, me salga con mi sacrosanta voluntad.

¡Albricias!, la montaña finalmente habrá parido al bendito ratón.

¿Por qué? Porque quiero y porque puedo.

¡No pues, no es así!

A riesgo de equivocarnos todos, aún a riesgo de decir cualquier tontería reiterativamente, no se puede tolerar que el desvarío y el devaneo mental de quien sistemáticamente, miente y se contradice una y otra vez sean tolerados a vista y paciencia de un santo. Es decir, al farsante, al charlatán y al embustero, se los descubre moral y socialmente y éste deja de ser sujeto de crédito alguno.

No es posible que la memoria histórica y política sea tan volátil. No es posible que entre nosotros haya adultos que no sean responsables de sus actos y de sus decisiones, que se le sigan creyendo sus cuentos chinos. Esperando un líder mesiánico a quien amarrarle los huatos; que cambiará su mitomanía y ahora sí, nos va a resolver todos los problemas que él mismo ayudó a generar. Cuando quien derrama su verborrea como cantos homéricos de sirenas, solamente lo hace para traicionar su palabra de hombre y faltar a su honor, por su angurria de poder.

Será pues tiempo que en pocas palabras: “ya no nos la charle más”, como se dice en el argot popular; que deje todas las tonterías de lado solo porque hay libertad de expresión. Que para lo demás, como alguien que me enseñó sobre el pensar con malicia; cuando era un ch’iti (pequeño, en aymara) y me decía: “Hijo, desde que hablar es gratis, decir cualquier tontería es cada vez más frecuente; el día que cobren impuestos por cada tontería que digamos,  ahí veremos cuánta gente elige mejor lo que va a decir”.

JORGE ESPAÑA LARREA
Abogado, Sociólogo
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21