El silencio de los inocentes: “El destripador rojo”

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CARLOS LEDEZMA

Cuentan las crónicas del 14 de febrero de 1991 que, en Estados Unidos se estrenaba la película dirigida por Jonathan Demme: “El Silencio de los Inocentes”. El thriller psicológico, es la adaptación cinematográfica de la serie de libros basados en la vida del Dr. Hannibal Lecter (interpretado por Anthony Hopkins), un brillante y reconocido psiquiatra que se encontraba detenido tras cometer una serie de asesinatos seguidos por la práctica del canibalismo. En un escenario de crímenes violentos, enfermedades mentales, manipulación, poder y control, se desarrollaba una trama de ficción que, vista la historia, se asemeja a lo ocurrido en algún lugar distante donde la barbarie y la maldad se apodera de la consciencia humana.

La prensa de la Unión Soviética lo presentaba como: “La Bestia de Rostov”; “El Destripador Rojo”; “El Carnicero de Rostov”, un peligroso asesino serial que asoló Rusia entre el 22 de diciembre de 1978 al 6 de noviembre de 1990. Más de medio centenar de personas entre niños, jóvenes, adultos, indigentes, prostitutas, gente de aquí y de allá, terminarían por convertirse en víctimas del criminal más despiadado que recuerdan las páginas de crónica roja del siglo veinte.

El 16 de octubre de 1936, durante el periodo de la Rusia estalinista, nacía Andréi Romanovich Chicatilo. Una época durante la cual la guerra hacía estragos y el gobierno dejaba a su gente morir de hambre. Un periodo en el que las purgas estaban a la orden del día. Miles de oficiales del ejército soviético eran masacrados por los intereses del partido y la hambruna se apoderaba de aldeas y ciudades, orillando a las personas a recurrir al canibalismo para sobrevivir. Se cuenta que el hermano de Andréi fue una de las víctimas de sus propios vecinos. Este escenario de terror marcaría la vida de aquel personaje que terminó con la vida de más de medio centenar de inocentes.

Como tantos niños rusos de la época, Andréi no tuvo una infancia feliz. Para 1941 la URSS entraba en la Segunda Guerra Mundial tras ser atacada por la Alemania Nazi, millones de soldados soviéticos fueron al frente de batalla. Stalin no quería traidores en sus filas no, admitía desertores, pensaba que cualquier soldado soviético que fuera hecho prisionero es porque no había luchado suficientemente y no estaba dispuesto a ofrecer su vida por los intereses del partido, consiguientemente era declarado traidor a la patria, fue así como Andréi perdía a su padre, junto a la impresión de ver a su hermano morir víctima del canibalismo.

Su infancia dominada por las penurias económicas por el hambre, además de ser señalado por el dedo inquisidor del régimen soviético, lo había llenado de miedos y traumas, provocando que siguiera miccionando en la cama hasta los doce años. Un miedo visceral que no le permitía reconocer que tenía una miopía avanzada, por lo que leía exageradamente mal, aspecto que lo convertía en víctima de burlas y críticas, siendo tratado por sus compañeros y maestros como un deficiente mental.

Ante este panorama y para hacerse fuerte frente al grupo de amigos y compañeros se convirtió en un encendido militante comunista. Fue así como iba creciendo el adolescente, marcado por la timidez que influía en el relacionamiento con personas del sexo opuesto, haciéndolos prácticamente imposible. Mantener amistad con las mujeres de su aldea resultaba difícil. Cuentan que, en cierta ocasión, en un intento de acercarse a una muchacha de su edad, en un intento por abrazarla eyaculó en sus pantalones.

Se aferraba cada vez más a su ideología política, gracias a lo cual se enlistó al ejército para cumplir con su servicio militar. El trato de sus compañeros durante aquella etapa de su vida no fue diferente, murmuraban a sus espaldas acerca de su impotencia, se burlaban diciendo que no le gustaban las mujeres, convirtiendo la vida de Andréi en un verdadero infierno. Tras concluir el servicio militar, su hermana, apenada por él, le buscó una novia (poco agraciada), hija de un minero, con la que terminaría contrayendo matrimonio. Con su esposa, también presentaba problemas para relacionarse, aun así, logran tener dos hijos.

Con una familia y gracias al apoyo del partido consiguió su diploma de universidad y consiguió un trabajo estatal, siendo nombrado maestro de escuela el año 1971. Este es el instante en el que comenzó a trastornarse la personalidad de Romanovich Chikatilo. A partir de ese momento comenzó a tener fijación por niños menores. Buscaba las habitaciones de las niñas internas para observarlas cambiarse, mientras él se masturbaba en la sombra. Debido a su obsesión decidió comprar una choza en las afueras de la ciudad.

El 22 de diciembre de 1978, comenzaría la truculenta historia de terror de Chikatilo. Una pequeña niña de 9 años que esperaba el autobús en la ciudad de Shajty, fue abordada por aquel maestro de escuela de 42 años. Ofreciéndole goma de mascar y prometiéndole otros regalos, logró convencerla para que lo acompañe. Una vez en su cabaña, intentó abusar de ella, sin conseguir su propósito. En medio del forcejeo, Chikatilo provocó una herida a la pequeña niña y la sangre brotó profusamente; ese fue el instante en que algo macabro y criminal comenzó a crecer en la perturbada mente de aquel sujeto, la sangre lo excitaba y terminó por asestarle varias puñaladas que acabaron con la vida de la pequeña.

Cuando la policía encontró el cadáver, no sólo hallaron cuerpo desgarrado por el filo metal, pudieron percatarse que los ojos habían sido arrancados. Iniciadas las investigaciones, las pistas les permitieron llegar hasta la cabaña de Chikatilo. Tras interrogarlo entendieron que tenía un buen trabajo, familia e hijos, además de ser miembro del partido comunista, considerando poco probable que él pudiera haber cometido un acto tan abominable, por lo que decidieron dejarlo tranquilo. A pesar de todo, el hecho había dejado consternado al asesino, por lo que tardaría algún tiempo en perpetrar su siguiente crimen.

Su personalidad de hombre callado, introspectivo, temeroso, se detalla en el libro “The Killer Department” (1993). La segunda víctima, una prostituta de apenas 17 años, fue abordada por Chikatilo el 3 de diciembre de 1981. La llevó en medio de un bosque, donde intentó mantener relaciones sexuales con ella, al no conseguirlo, siguió el mismo “modus operandi” de la primera vez. Con el filo del cuchillo segó la vida de aquella desafortunada y procedió a arrancarle los ojos, este acto, de acuerdo a la explicación del criminólogo Alberto Albacete, lo hacía porque (Chikatilo) creía, que en los ojos se quedaba la imagen de la última persona a quien había visto la víctima.

Chikatilo tenía bastantes denuncias de abuso en la escuela donde trabajaba, por lo que se vio obligado a dejar el cargo de maestro, consiguiendo un trabajo en el que debía viajar a diferentes regiones dentro de Rusia; de esta manera la red del terror comenzó a extender sus brazos por otras ciudades, aspecto que desconcertó mucho más a la policía, que veía como durante el año 1984 el número de víctimas ascendía a la escalofriante cifra de 24 personas.

Así prosiguieron los terribles crímenes, la violencia y crueldad iba en aumento, decenas de víctimas se sumaban a la lista del terror y la policía no daba con el paradero del responsable. Mientras tanto, Chikatilo se cebaba con los cuerpos, no sólo se conformaba con arrancar los ojos, había comenzado a mutilar los cuerpos y para rematar la faena, practicaba el canibalismo. De acuerdo a lo que señalan expertos, para entonces las autoridades de la Unión Soviética negaban la existencia de un asesino serial, que pueda comerse los cuerpos de sus víctimas, atribuyendo ese fenómeno exclusivamente a los Estados Unidos, por lo que se prohibía a la prensa local informar acerca de estos brutales ataques.

Para 1990, cerca de Rostov, un policía vio a Chikatilo alejarse de un bosque con los calzados llenos de lodo y manchas de sangre, por lo que lo abordó para solicitarle sus documentos. Tras revisar sus papeles lo dejó marcharse, pero se grabó el nombre de aquel sujeto. Al día siguiente encontraron el cuerpo de una niña en las proximidades, lo que finalmente permitió que pensaran en él como sospechoso, procediendo a arrestarlo preventivamente. En principio Chikatilo se negó a cooperar con la policía, hasta que un psiquiatra de apellido Bukhanovksy, le leyó el perfil criminal que había desarrollado sobre él, aspecto que lo motivo a confesar cada uno de sus crímenes que terminó con la friolera cifra de 53 víctimas mortales.

Para 1992 fue llevado a juicio, instancia en la cual aseguró que no tenía intención alguna de asesinar, que era una fuerza interior que lo hacía perder el control. Lo encontraron culpable confeso y fue condenado a pena capital, ejecutándose su condena el 19 de febrero de 1994, a través del tiro de gracia.

Un entorno marcado por la violencia, el terror, la represión, la hambruna, provocada por un régimen deshumanizante, desencadena siempre en un incremento significativo de hechos criminales fuera de serie. Los crímenes son un reflejo sombrío de las consecuencias de la pérdida de libertades, violencia exacerbada y la indiferencia ante el sufrimiento humano. Mientras se pretenda mantener una actitud de indiferencia frente a la realidad, la producción cinematográfica (de ficción) seguirá presentando versiones livianas, aligeradas, un tanto “light” de los acontecimientos escalofriantes que perturban el mundo real donde se soslaya: “el silencio de los inocentes”.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Investigador. Divulgador Histórico. Consultor de Comenius S.R.L. Ingeniería del Aprendizaje
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21