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HUGO BALDERRAMA
Que Javier Milei haya empezado un programa de reducción del Gasto Público en Argentina fue suficiente para terminar de tumbar el mito del «blindaje» económico de Bolivia.
Sucede que Bolivia tiene una economía informal que ronda el 80% y una pobreza cercana al 40% de su población. Además, un agravante, los X y Los Millennials, ambas son las generaciones de bolivianos con la mayor cantidad de formación universitaria, están arruinados económicamente y muy complicados si quieren buscar un mejor trabajo con expectativas salariales más elevadas. Por lógica, mucha gente encontró que los productos contrabandeados desde Argentina a precios bajos, gracias a los subsidios a los alimentos y la devaluación de nuestro vecino, eran una forma de llenar las neveras y suplir las necesidades de productos de limpieza. Es deprimente, pero es nuestra realidad.
Sin embargo, todo terminó casi de manera paralela a que Milei se sentara en la silla, ya que una de sus primeras medidas de gobierno fue eliminar el subsidio al transporte y energía. El simple anuncio fue suficiente para que los productos argentinos suban de precio y, especialmente, la harina desapareciera de los mercados bolivianos, en síntesis, se acabó la joda.
Pero he aquí lo paradójico, puesto que algunos economistas, analistas políticos y empresarios del sector exportador han planteado que devaluar la moneda sería la mejor forma de enfrentar el «efecto Milei» y generar competitividad para los productos bolivianos.
No obstante, no existe el «efecto Milei», se trata, tan sólo, de una campaña de desprestigio impulsada por el criminal Foro de Sao Paulo y los operadores mediáticos de la dictadura boliviana.
En cuanto a la devaluación es necesario hacer el análisis en dos aspectos: 1) el ético y 2) el económico.
Imagine que usted deja 100 Bs en una caja de ahorro en un banco. Empero, por una simple orden de un burócrata, no puede retirar los 100, sino, solamente, 90 Bs. Sin importar cual haya sido el pretexto, mucho menos el destino de los 10 Bs faltantes, a usted le han robado. Básicamente, la devaluación no es más que un asalto a los ahorros de los todos los ciudadanos en favor de un sector privilegiado.
Uno de los objetivos con el que se promueve una devaluación es incrementar el precio de los bienes y servicios producidos afuera y disminuir el precio de los bienes y servicios domésticos. Estos cambios en los precios relativos se supone que deberían desplazar los gastos domésticos y extranjeros desde los bienes y servicios producidos en el extranjero hacia aquellos producidos en el país.
El otro es que, mediante el arbitraje del tipo de cambio, los exportadores puedan mejorar la competitividad de sus productos en el mercado exterior. Esto se supone que mejora la balanza comercial y la balanza de pagos internacional del país que devalúa. Sin embargo, como diría mi maestro Alberto Benegas Lynch, son políticas que enriquecen a un sector a cambio de empobrecer al vecino.
Entonces, si la devaluación no incrementa el comercio ni mejora el crecimiento del PIB, ¿qué es lo que ofrece? Bueno, ofrece a su hermana gemela, la inflación.
De hecho, naciones como Venezuela y la misma Argentina son las que más han devaluado sus monedas en la última década y lo único que ha crecido es la inflación y la pobreza, 90% en el país caribeño y 60% en la tierra del tango.
¿No le parece nefasto que mientras Milei busca, mediante la dolarización, sacar a su país del circuito de la devaluación y la inflación, nuestros economistas y empresarios quieran llevarnos a esa ruta? A mi sí.
En Bolivia no hace falta devaluar, sino un agresivo plan de reformas estructurales para reducir el Gasto Público y capitalizar la economía, ¿podemos arrancar el 2024 con el debate de dolarizar Bolivia?