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H.C.F. MANSILLA
Como en muchas esferas de la actividad humana, la modernización política en buena parte de América Latina se ha restringido a lo llamativo y superficial, a los aspectos legal-institucionales y la dotación de equipos técnicos. La utilización de computadoras, teléfonos celulares y, ocasionalmente, la inteligencia artificial, no significa que los usuarios hayan dejado de lado sus antiguos hábitos y designios, sus viejas mañas y triquiñuelas que han variado poco en el curso de los siglos.
Los rasgos más visibles de la presunta modernización en la esfera política son la invasión de las técnicas de mercadeo y relaciones públicas, el surgimiento de los llamados operadores y la ideología del pragmatismo. Ello concuerda lamentablemente con los dos únicos anhelos serios de los adherentes habituales de todos los partidos: el ascenso social y la consecución de una rápida fortuna.
Este proceso conduce a que los auténticos líderes históricos o los creadores intelectuales sean desplazados poco a poco de las posiciones dirigentes, las que son ocupadas por personas hábiles en cuestiones de corto plazo y sin muchas consideraciones éticas. Los operadores, por definición, son expertos en relaciones públicas, técnicos sin adscripciones ideológicas; trabajan —como casi todos los expertos— al servicio del mejor postor. Es un empleo temporal, que uno puede abandonar ante una oferta mejor.
Las destrezas específicas de los operadores residen en campos delimitados: los juegos estratégicos, las negociaciones, la obtención y consolidación de espacios de poder, las maniobras (que pueden ser de una gran complejidad), las intrigas, elaborar algunas ideas de moda (muy simples, por supuesto) para las campañas electorales, ganar colaboradores eficientes y baratos, conseguir fondos discrecionales y tejer una red de contactos con las organizaciones internacionales, los empresarios, los medios masivos de comunicación y, obviamente, con los otros partidos.
Dos campos de la actividad humana son básicamente ajenos a los operadores: el ámbito de la ética y el mundo de la ciencia y la cultura. Y los sucesos de los últimos años han demostrado que la moral pública y la capacidad de entender estructuras sociales no son bienes tan despreciables como piensan los operadores. Debido a la lejanía con respecto a los campos ético e intelectual, los operadores se parecen a los aventureros.
Los partidarios de los juegos estratégicos y de la astucia irrestricta olvidan una dimensión fundamental de la política. Francis Bacon, el gran pensador y estadista inglés, anotó hace 400 años que hay una diferencia importante entre el saber intelectual y las picardías de la política cotidiana: el operador puede moverse muy bien en los entresijos del poder mediante una estrategia instrumental, pero no comprende el conjunto social ni puede percibir los fenómenos que van allende lo muy conocido. Además: los sucesos de los últimos años en la mayoría de los países latinoamericanos han mostrado que la población anhela algo que los operadores, por más ingeniosos que sean, no pueden brindar: el fin de la corrupción (el componente ético), la vocación de servicio a la comunidad, los conocimientos específicos para el ejercicio adecuado de muchos cargos (el elemento meritocrático), las visiones de futuro, la constelación sostenida por la confianza y la modestia que acompaña a la verdadera grandeza.
Un ejemplo paradigmático de todo esto fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido más antiguo del país, en el que se pudieron examinar claramente las limitaciones de los operadores. Los otros partidos, en el fondo, lo imitaron en muchos aspectos. El MNR combatió sañudamente a las antiguas “roscas” (grupos sociales y empresariales muy reducidos, privilegiados y excluyentes), pero a partir de 1952 sobresalió por la creación de roscas de iguales o peores características. Estos grupos privilegiados del MNR no estuvieron conformados por los militantes idealistas, sino por los operadores, venidos tardíamente de afuera, a quienes el programa, la moral y el destino del país les eran indiferentes. De los operadores emanaba una atmósfera convencional y rutinaria: el goce de los beneficios adquiridos podría ser menoscabado por intentos serios de introducir factores meritocráticos. La situación actual de las diversas fracciones del Movimiento al Socialismo (MAS) es muy similar. La cultura política pervive lozana al paso del tiempo.
Otro aspecto que muestra las similitudes entre el viejo MNR y el MAS actual: desde muy temprano los operadores de ambos partidos no fueron acosados por el aguijón de la duda acerca de su actuación gubernamental. Siempre tenían y tienen razón en el momento de emitir un juicio o realizar una actuación. Los operadores no cambiarán sus hábitos porque desconocen el moderno principio de la crítica y el autoanálisis. El MNR jamás se distanció de sus acciones más “heroicas”: los asesinatos de Chuspipata (1944) y los campos de concentración de Curahuara de Carangas (1953-1956). Obviamente que nunca se disculparon ante la opinión pública por estos crímenes.
Estos espíritus acomodaticios piensan que las grandes reformas de 1952/1953 fueron tan indispensables como necesaria fue su abolición a partir de 1985. Los pragmáticos del MNR creyeron que no participar en la dictadura derechista de Hugo Banzer a partir de 1971 hubiera sido un craso error, y posteriormente pensaron que fue un acierto indubitable plegarse al neoliberalismo con verdadera devoción.
Nadie duda de la importancia de los operadores, pero no hay que sobrevalorar su modesto aporte a la modernización de los partidos.