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CARLOS LEDEZMA
Cuentan las crónicas del año 1989, que la emblemática plaza de Tiananmen de Pekin se convertiría en escenario de una masacre sangrienta que arremetió contra miles de jóvenes estudiantes que se habían volcado a las calles para protestar su descontento contra el régimen comunista chino. Durante el primer semestre, miles de estudiantes habían tomado las calles exigiendo reformas profundas que permitan superar la crisis económica en la que se encontraba sumida por aquel entonces la República China, producto de la inflación y una larga lista de denuncias de corrupción del gobierno. La sangría producida en los primeros días de junio de aquel año, cercenaría por completo la voluntad de exigir democracia y libertad en el futuro.
Tiananmen: “Puerta de la Paz Celestial”, durante el 3 y 4 de junio de 1989 fue la representación de todo cuanto pueda resultar contrario al significado de su nombre, puesto que la paz espiritual estuvo ausente. Los movimientos de protesta se habían iniciado durante el mes de abril, tras la muerte del líder del Partido Comunista Hu Yaobang, promotor de la liberalización de la política china. Tras rendirle homenaje póstumo, miles de estudiantes decidieron exigir reformas democráticas, el fin de la censura periodística y de las restricciones de libertad para poder reunirse en grupos.
Al cabo de varias semanas, la movilización ya congregaba a millones de personas que se habían sumado a las protestas, lo que condujo al gobierno a dictar una “Ley Marcial”, expulsando a los corresponsales de medios de comunicación extranjeros. La noche del 3 de junio, el Ejército Popular de Liberación, recibió la orden de despejar la plaza.
Doscientos mil soldados fueron desplazados, más de cien tanques de guerra recorrían las calles y abrían fuego contra los manifestantes. Los soldados cargados de bayonetas, garrotes y rifles con balas expansivas, arremetieron duramente contra los estudiantes que decidieron en una primera instancia resistir, aunque la inusitada violencia terminó por abrumar a la gente que buscaba espacios donde poder refugiarse.
Los datos de la masacre nunca fueron conocidos oficialmente, de acuerdo al gobierno chino, se registraron alrededor de 200 fallecidos, los líderes estudiantiles que encabezaron la resistencia cuentan más de 3.500, aunque para el año 2017 el Reino Unido publicó el informe de un diplomático británico que establecía las muertes en un número aproximado a las 10.000 víctimas. Detenciones hubieron por miles, de las cuales habrían de pasar casi tres décadas para que el que se cree fue el último prisionero (Miao Deshun) de aquellas protestas, salga en libertad el año 2016.
La China popular es el resultado de una prolongada guerra civil que enfrentó a facciones divergentes entre 1927 y 1949, con la victoria del ejército popular de liberación, que es la columna vertebral de lo que hoy se conoce como República Popular China. Con Mao Zedong, comenzó la nueva política exterior china, que se apartó de sus aliados soviéticos y terminó acercándose en parte a la política norteamericana de la era Nixon.
Por un cierto periodo de tiempo se creyó que esta inclinación china hacia los países occidentales, permitiría una flexibilización que pueda orientar su gobierno hacia la democracia. Nada más alejado de la realidad. Las protestas de la Plaza de Tiananmen fueron como una luz de esperanza para millones de personas, la ocasión en la que el pueblo chino tuvo el coraje suficiente para intentar recuperar el control de sus vidas y cambiar la historia de su país, aunque para su pesar, la masacre dejó un saldo de muertos bastante alto, sin embargo, en palabras del novelista chino Ma Jian: (para) “los que sobrevivieron: sus ideales fueron destrozados y su alma marcada por el miedo”.
El mundo tardó mucho tiempo en conocer los hechos suscitados en Tiananmen debido a la falta de información y transparencia en el manejo de la misma, un acontecimiento que ha marcado a sangre y fuego el destino de la sociedad china, que debe llamar nuestra atención para continuar bregando en la lucha por el respeto de los derechos humanos y las libertades. Debe ser un recordatorio para no cejar en la búsqueda de justicia a través de un esfuerzo constante de participación activa y solidaridad mundial.