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CARLOS LEDEZMA
Cuentan las crónicas del 5 de noviembre de 1966, que arribaba a Bolivia Adolfo Mena Gonzales, funcionario uruguayo de la Organización de Estados Americanos, quien tenía en mente reunirse con un grupo de veinticuatro personas en una finca localizada cerca al río Ñancahuazú. La falsa identidad con la que el guerrillero argentino-cubano Ernesto Guevara de la Serna –mejor conocido como “Che”– ingresó a suelo boliviano, no había pasado desapercibida para los controles migratorios que disponían de información privilegiada gracias al gobierno norteamericano.
La incursión de Guevara acabaría tal y como había comenzado, mal. Aventurero y fanático, obsesionado con cambiar el mundo a la medida de su ideología, imponiéndolas por la fuerza a través del uso de las armas, cargaba un fusil bajo el brazo tratando de persuadir con su acento muy particular a los campesinos –que sabían mejor que él lo que les convenía–, se adentró en un lugar inhóspito, insondable, hermético, sin ningún tipo de conocimiento de la región. Luego de una incursión fallida en el Congo, se demostró que su peor enemigo no fue el imperio, ni la injusticia, tampoco Fidel Castro a quién se le atribuyó la responsabilidad tras su muerte, el peor enemigo fue la falta de sentido común que lo condujo a librar su última batalla sin tomar en cuenta aspectos importantes que se le dieron a conocer oportunamente.
“El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Esta frase de Guevara de la Serna refleja la personalidad del guerrillero que había participado en la revolución cubana junto a los hermanos Castro.
Independientemente de la campaña mediática que transformó la figura del guerrillero revolucionario para convertirla en mito, Ernesto Guevara de la Serna, no fue ese individuo ejemplar que se han empeñado en mostrarnos. Fue un revolucionario en el sentido estricto de la palabra, fanático, violento, intransigente y dispuesto a lo que fuere necesario hacer con tal de imponer sus ideas y su particular manera de ver el mundo. Intolerante, prepotente, egoísta, son algunos de los rasgos de la personalidad que pueden colectarse de los textos que fueron escritos por mano propia de Guevara.
En un par de cartas dirigidas a su madre para hablarle de su primer matrimonio y de otros asuntos, señalaba: “Voy a tener un hijo y me casaré con Hilda en estos días. La cosa tuvo momentos dramáticos para ella y pesados para mí, al final se sale con la suya: según yo por poco tiempo, según ella para toda la vida”. “No tengo casa, ni mujer, ni hijos, ni padres, ni hermanos; mis amigos son amigos mientras piensen políticamente como yo”.
En sus memorias sobre la guerrilla de Sierra Maestra mencionaba: “La situación era inconfortable para todos y para Eutemio, así que yo terminé el problema disparándole un tiro, con una pistola calibre 32”. Durante las instrucciones que le dio al teniente Duque Estrada en la fortaleza de La Cabaña, decía: “No hace falta hacer muchas averiguaciones para fusilar a uno. Lo que hay que saber es si es necesario fusilarlo. Nada más”.
Sobre el amor escribía a Carmen Ferreira, Chichina, su novia de juventud: “Sé lo que te quiero y cuanto te quiero, pero no puedo sacrificar mi libertad interior por vos, es sacrificarme a mí, y yo soy lo más importante que hay en el mundo, ya te lo he dicho”.
Como ministro fracasó superlativamente, su gestión dejó a la industria cubana hecha cenizas, pero eso no fue todo, antes de ser ministro ejerció el cargo de gobernador del Banco de Cuba, a pesar de no tener ningún conocimiento del funcionamiento de la banca, ni de divisas o finanzas, llegando a confundir al Fondo Monetario Internacional con el Banco Mundial. En el Ministerio de Industria dilapidó recursos intentado hacer de Cuba una potencia siderúrgica que dejaría finalmente abandonados los hornos de la cuenca del Ruhr. La producción agraria se desplomó, aun poniendo a trabajar a todos los cubanos en los famosos “domingos rojos” que a diferencia de lo que señalaba el régimen, no tenían nada de voluntarios. Nadie podía reclamar ni quejarse, pues se había derogado el derecho a la huelga. Tanto desbarajuste condujo irremediablemente a entregar a los cubanos la “cartilla de racionamiento”, privilegio revolucionario que sigue manteniéndose en la isla después de décadas.
Hasta la fecha no se pudo saber si fue Fidel castro quien lo envió a Bolivia o fue otra iniciativa personal como la del Congo, que terminó como el rosario de la aurora ante la indiferencia de los correligionarios de la revolución. Lo que sí pudo saberse es que, para aquel momento, Guevara de la Serna resultaba una figura bastante incomoda y de incordio a sus padrinos soviéticos, provocando conflictos innecesarios, que causaban malestar ante la pose de iluminado con la que se dirigía a ellos.
En su incursión sudamericana, Ernesto “Che” Guevara, se equivocó al contradecir lo que él mismo propugnaba: “en un país donde se mantengan las formas democráticas, al menos con apariencia, es imposible hacer la revolución”. Recibió el primer golpe en diciembre de 1966 cuando reunido con Mario Monje (líder del Partido Comunista de Bolivia), se rompieron las relaciones al considerar inaceptable entregar el mando de su guerrilla a otro que no fuese él mismo. “Cuando el pueblo sepa que esta guerrilla está dirigida por un extranjero, le volverá la espalda, le negará su apoyo. Estoy seguro de que fracasará porque no la dirigirá un boliviano sino un extranjero. Ustedes morirán muy heroicamente, pero no tienen perspectivas de triunfo”, fueron las palabras con las que Monje abandonó aquella reunión y vaticinó lo que a la postre terminaría aconteciendo.
Sin apoyo de Cuba ni de los actores locales, los guerrilleros pasaron largos meses enfrentados al hambre, la sed y las enfermedades, sumado a las continuas caminatas que ordenaba Guevara a los 53 hombres y mujeres que junto a él habían decidido seguir adelante con el proyecto revolucionario. La desesperación con la que vivieron largas jornadas en medio de la selva agreste no conocía límites, llegaron a matar incluso un caballo enfermo que encontraron para poder alimentarse, aspecto que les produjo una serie de problemas estomacales tal como lo registró él mismo en su diario.
Durante el mes de marzo de 1967, Estados Unidos decidió involucrarse de lleno en el tema y mandó a Bolivia a cuatro oficiales, comenzando a trabajar con sus servicios de inteligencia para ir cerrando el cerco en torno al grupo subversivo que se venía gestando en el país sudamericano. Comenzó la instrucción de un grupo élite de militares bolivianos en labores de contraguerrilla a los que ofrecieron armamento moderno para la captura de Ernesto Guevara de la Serna y el resto de guerrilleros que lo acompañaban.
Para el 8 de octubre de 1967, la guerrilla se había reducido a la ínfima cifra de 16 combatientes, los mismos que se encontraban famélicos por la desnutrición y la falta de agua. Debilitados trataban de escapar del cerco tendido por el ejército boliviano. El último error de Guevara de la serna, fue dividir a su gente en grupos, tratando de que pasasen desapercibidos o finalmente logren esconderse en las anfractuosidades de la tierra. La suerte de los guerrilleros estaba echada. Gary Prado, que se encontraba al mando de 70 soldados, ordenó crear un cerco alrededor del grupo de guerrilleros, flanqueando por ambos frentes y cerrando cualquier posibilidad de escape.
El 8 de octubre de 1967, la guerrilla se dirigía por la quebrada del Churo, cerca de la localidad de la Higuera (Oriente boliviano), donde fueron divisados por Pedro Peña, soldado boliviano que dio parte a los mandos militares que comenzaron el operativo para la captura. Los disparos dispersos se extendieron desde las nueve de la mañana hasta bien entrada la tarde, los fusiles y las ametralladoras descargaban sus proyectiles tratando de hacer blanco en cualquier objetivo que se encontrase de frente. Finalmente se conoció de la captura del “Che”, que en un intento desesperado de negociación indicó a sus captores: “Soy el Che Guevara, valgo más vivo que muerto”.
Con una pierna herida, esposado y vigilado por decenas de solados, fue conducido hasta la Higuera, donde luego de varias deliberaciones, fue ajusticiado en la escuelita de la localidad. El encargado de cumplir la orden fue el sargento Mario Terán, el día 9 de octubre. Fue ese el momento en el que se abandonó la realidad para dar paso al mito que había encontrado el nuevo rostro propagandístico de las luchas antimperialistas, lo que terminó por convertirlo también en imagen del capitalismo más recalcitrante, aquel enemigo acérrimo contra el que había combatido el joven rosarino durante su época de revolucionario.
Se han tejido tantas historias acerca de la vida de este personaje que no resulta curioso que se sigan preguntando cosas como si de verdad fue un asesino, que no terminó la carrera de medicina o como lo han afirmado los cubanos, que fue el peor ministro de aquel país, también sigue en cuestión el hecho de que si fue Fidel Castro quien mandó a Guevara de la Serna a morir a Bolivia, lo cierto es que estos aspectos probablemente nunca lleguen a conocerse, pero sirven para seguir alimentando las mesas de debate tras más de once lustros de producirse su desaparición.