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CARLOS LEDEZMA
Cuentan las crónicas de 1989 que, durante las actividades de campaña para las elecciones presidenciales de aquel año en Colombia, en medio de un acto organizado en Soacha (Municipio del Departamento de Cundinamarca, Colombia), se encontraba congregada una enorme multitud que aclamaba a los candidatos del Partido Liberal a la cabeza de Luis Carlos Galán, figura prominente de la lucha contra el narcotráfico y la corrupción en su país durante la década de los años ochenta, quién, de acuerdo a las encuestas y proyecciones se convertiría en el próximo presidente de la república sudamericana.
Corría el 18 de agosto y todavía permanecía en el ambiente el aroma y los efluvios de la pólvora del atentado fallido que dos semanas antes en una concentración en la ciudad de Medellín, había buscado arrebatarle la vida. Ante las constantes amenazas en su contra y por recomendación de su familia, se había visto obligado a utilizar chaleco antibalas. Aquel fatídico viernes, su hijo de 12 años, fue el encargado de ajustarle el abrigo al salir de casa, sin imaginar, que sería la última vez que lo vería con vida.
Descendió lentamente del coche que lo había trasladado hasta la concentración. Comenzó a caminar entre el gentío, las personas se le acercaban estrechándole las manos y abrazándolo cariñosamente, las aclamaciones no cesaban. Llegó hasta la testera, desde allí se tenía previsto que Galán dirigiese un mensaje a los electores. El ambiente era de fiesta, nadie podía imaginar lo que estaba a punto de suceder. Las sombras en la plaza silenciaron la música y detonaron los disparos de armas de fuego irrumpiendo violentamente ante el grito desesperado de la gente que corría aterrada, al mismo tiempo que el cuerpo de Luis Carlos Galán se desplomaba como un roble al ser impactado por un proyectil disparado a quemarropa.
El Nobel de literatura Gabriel García Márquez, probablemente hubiese escrito que su “paisa” (Luis Carlos Galán), sufrió la misma suerte de Santiago Nazar, después del primer atentado, el horizonte se tornaba sombrío para el hombre que de acuerdo a lo que se podía prever, estaba predestinado a convertirse en presidente de Colombia en aquella elección. Uno de los antecedentes que vale la pena recordar, se remonta siete años atrás, tiempo en el cual dentro de una concentración política en el Parque Berrio (Medellín), Galán junto a su compañero de lucha del Nuevo Liberalismo, Rodrigo Lara, expulsaron públicamente a Jairo Ortega y Pablo Escobar, afrenta que no sería olvidada hasta acabar con la vida de ambos, lo que terminaría ocurriendo años más tarde.
Luis Carlos Galán era un individuo disciplinado, convencido del deber que le había encomendado la Patria, comprometido y obstinado defensor de la causa liberal. Su muerte generó una enorme conmoción y obligó a las autoridades de la época a enfrentar los problemas relacionados al narcotráfico de manera frontal. Se conoció tiempo más tarde que el encargado de ejecutar la orden de Escobar fue Juan Pablo Ortiz, mejor conocido como “El Chacal”, debido a la fuerte postura que había asumido el candidato liberal en contra del narcotráfico y su promesa de extradición a los Estados Unidos que no vería el amanecer hasta muchos años luego.
Galán probó el trago amargo del valor y no pudo ver consolidada su obra, se entrelazaron sus caminos con las garras del crimen organizado y al igual que muchos otros, terminó ofrendando su vida en la búsqueda de justicia, respeto y tolerancia, así como la promesa de tiempos mejores para su país. En su momento Aldo Moro, político italiano fue secuestrado y posteriormente asesinado; Luis Donaldo Colosio en México, asesinado en 1994; Álvaro Gómez Hurtado, asesinado en 1995; Phoolan Devi (La Reina de los Bandidos), asesinada en 2001 en la India; Rafik Hariri, ex primer ministro del Líbano, asesinado en 2005; Boris Nemstov, político ruso crítico del presidente Putín, asesinado en 2015; Fernando Villavicencio, candidato a la presidencia de Ecuador asesinado en 2023; estos son sólo algunos ejemplos de cómo la voz disidente se va apagando durante la noche.
El inusitado grado de violencia en que discurren los días de quienes se atreven a alzar la voz en contra del poder es de una dolorosa y triste realidad que traspone las fronteras. Actos brutales en los que el asesinato se convierte en la herramienta para silenciar la verdad es inadmisible. Se debe recordar constantemente la importancia de defender y proteger los valores fundamentales como la vida, libertad y justicia, reafirmando el compromiso y la voluntad de vivir en paz, en tolerancia y en la búsqueda de la verdad para que las ideas florezcan sin temor a la represión ni el amedrentamiento, honrando la memoria de aquellos que dieron sus vidas en la lucha por un futuro más justo y libre.