SAYURI LOZA
Vengo de una familia de profunda raigambre aymara: migrante de tercera generación, he visto a mi abuela y bisabuela mantener rituales y costumbres que entonces me parecían aburridas y hoy me causan enorme nostalgia. Y no, en ninguna de ellas se encontraba el “Año Nuevo Aymara”.
Lo que sí era muy fuerte, era la fiesta de San Juan, que mezclaba tradiciones europeas con restos de la celebración del Inti Raymi instaurado en los Andes antes de la llegada de los españoles, y memorias de los tiempos coloniales en que se cobraba el tributo indígena, que tenía lugar dos veces por año: una en Navidad y la otra en San Juan.
Decía mi bisabuela, que a San Juan lo engañaban para que no llegara puntual a su fiesta, sino dos semanas después y se iba llorando; nos repetía que el día que sí llegara, sería el fin del mundo porque le prendería fuego a todo. Ahora que lo pienso, también decía que el famoso Sambo Salvito estaba encadenado al Illimani y que cuando se soltara, sería el fin del mundo; de hecho exclamó “el fin del mundo está cerca” cuando vio que Evo Morales se erigía como presidente del país… la gente mayor siempre se siente cerca de los finales, o tiene más tiempo para meditarlos.
El hecho es que en San Juan, después de armar las fogatas, beber ponches e interactuar con los vecinos, era hora de ver nuestra fortuna de la segunda mitad del año. Entonces, salías a la calle el 24 y si lo primero que veías era un hombre, te iría bien, pero si era una mujer, te iría mal (parece que los espíritus de San Juan no entendían de feminismo), después tocaba salir de paseo para buscar al jamach’iro o gurrumina, un individuo que se encontraba en las plazas especialmente en San Juan llevando un pajarito enjaulado que salía para escoger un papelito que te decía tu destino, “Para un joven”, “Para una señorita”, “Para una señora”, “Para una cholita”, decía la notita, con predicciones y consejos.
Por la tarde, y sin haber pensado siquiera en comer salchichas, costumbre recién instaurada en los 90 del siglo pasado, era hora de hacerse la lectura de plomo, algunos iban a las plazas donde también se leía la suerte en huevo o en cerveza, pero en mi caso, lo hacíamos en casa, pues aunque la abuela no sabía cocinar, conocía a la perfección el arte de la lectura en el metal.
Así, sentados todos alrededor de un anafre, donde esperábamos que se derritiera en un jiwk’i (ollita de barro) la barra de plomo que se vendía masivamente los días previos y después de que la abuela arrojara el contenido a un bañador con agua fría, la persona cuya suerte se veía cubría el bañador con una chamarra o chompa y en un platillo se sacaba el material, que al contacto con el agua, tomaba formas caprichosas y enigmáticas.
La abuela explicaba el significado al atento expectante: que el zurrón de plata está escondido, que está reventado porque gastas mucho, que aquí se ve un altar, que aquí está la envidia, y así sucesivamente, cada quien se enteraba de su futuro y luego se guardaba en la vitrina de su sala el pedazo de plomo con su porvenir.
Sólo una vez, el plomo se quedó hundido en el bañador, plano y sin ninguna forma, era la lectura para la tía Cristina, que caprichosa como era, exigió una lectura nueva y una vez más, el plomo no dijo nada. Un año después, la tía enfermó y murió. Pasaron un par de lustros para que volviéramos a echar las suertes, atemorizados por aquella trágica profecía.
Hoy es impensable creer que ver a un hombre o a una mujer te pueda dar suerte, a menos que se trate de algún político poderoso y te ofrezca una “pega” y hasta eso se mira con desconfianza. Hoy también, el jamach’iro sería acusado de maltrato animal. Eso sí, el plomo todavía es popular. El ser humano mantiene esa necesidad de buscar certezas en la adivinación, todavía queremos que nos digan que todo irá bien, que hay dinero en nuestro futuro y que el amor nos va a sonreír, incluso si nos mienten.
Quizá por eso mismo, a pocos les importa que el Año Nuevo Andino Amazónico sea una invención del siglo XX y muchos siguen yendo a levantar las manos al sol, para que éste provea lo que capitalismos y socialismos han negado hasta ahora, aunque otros se queden con el plomo. ¿Y ustedes?
SAYURI LOZA
Historiadora, Diseñadora de modas, políglota, artesana.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21