¿Por qué el individuo atemoriza al colectivo?

CARLOS ARMANDO CARDOZO

Si alguna vez fuiste la única persona que señaló algún desperfecto o imprecisión mientras el resto hacia caso omiso a tu observación, probablemente entiendas el poder que tiene el individuo frente al silencio del resto del mundo.

Son muchas las ocasiones en las que el silencio parece ser el camino seguro, esto con el fin de sonar problemático o insatisfecho frente a la aceptación tácita de la realidad grupal. Sin embargo, este tipo de comportamiento colectivista, que no es un espíritu de comunidad, desnuda el temor innato que surge de ejercer su libertad de pensamiento y formar un criterio diametralmente opuesto a las verdades absolutas aceptadas como parte de la norma social.

Por ejemplo, es normal festejar y recordar al maestro boliviano, sin importar nada, su labor se destaca cual cualidad innata a todos y cada uno de ellos. Muy pocos o casi nadie alzará la voz ese día y recordará que el subdesarrollo de este país se construye desde las aulas climatizadas con el conformismo y lo rancio de los conocimientos impartidos por los educadores.

El individuo previere unirse a la ola de felicitaciones para no parecer un malagradecido, porque mal o bien es producto de esas aulas. Mentira vil, las personas exitosas destacan a pesar del paupérrimo sistema de educación en el cual se formaron. El aplauso es para ellos, que no se contentaron con los repetitivos versos de sus maestros y se apoyaron en nuevas herramientas, despertaron su curiosidad y la alimentaron sin descanso para que esta pueda evolucionar en capacidades y nuevas formas de concebir su entorno próximo y el mundo entero.

Otro ejemplo, el sinónimo de éxito en Bolivia está estrechamente relacionado al nivel jerárquico ocupado en la función pública, mientras más alta, mayor será el nivel de satisfacción y ostentación social que se pueda hacer. Mientras que personas comunes en el anonimato producen bienes o brindan servicios que responden a las necesidades de su sociedad, a tal punto que les permite generar riqueza para seguir compitiendo en un mercado donde los consumidores constantemente evalúan sus esfuerzos por sobresalir frente a los demás ofertantes.

Ese tipo de genialidad es eclipsada por el peso de la colectividad, que confunde poder, con capacidad, desempeño y calidad profesional. Las aulas están atiborradas de este tipo de “verdades socialmente aceptables” amarradas con un sentimiento de culpabilidad si es que un individuo se aparta de la colectividad para priorizar sus propias metas y objetivos. Ese famoso y dañino buenismo que nos hacen dóciles pagadores de impuestos y financiadoras de caridad a punta de pistola y sanción social.

La democracia es una consigna tan vacía que se presta a cualquier interés mezquino, las mayorías deciden, no importa si esa decisión es contraproducente, sin fundamentos o totalmente opuesta a la realidad de los hechos. Si es resultado de un proceso de participación popular masivo entonces goza de un halo inmaculado que la viste de “sabia decisión”. El sumun de la incoherencia, porque el país podría pavimentar su camino al subdesarrollo a partir de “sabias decisiones” de su valeroso pueblo.

¿Cómo esperar que la toma de decisiones resulte adecuada cuando los sujetos que tienen esa responsabilidad están formados bajo consignas alejadas del pensamiento crítico y cercanas a las verdades sociales irrefutables y normas de comportamiento social aceptables? Una pregunta que nadie se plantea antes de poner sus mejores oficios a las oraciones dirigidas a santos, patronos y entidades celestiales de su confianza.

El individuo aterra a la colectividad, porque trastoca las bases de creencias sociales sobre las cuales construyen su mundo entero. Las ovejas negras por salir del rebaño, cuestionarlo y plantear nuevas ideas son señaladas y criticadas, curiosamente no se entra a un debate para contrastar ambos puntos de vista, simplemente se atina a censuran cualquier pensamiento que no compatibilice con lo que el colectivo conoce.

Es así como el pensamiento crítico es considerado como un acto propio de revoltosos, individuos que perturban la parsimonia que apenas tuerce entre los extremos cómodos de la verdad social. Basta con despertar a los individuos para generar un movimiento que empiece a cuestionar al “establishment” político, social, empresarial e institucional.

Cómo se cambia el rumbo de un país, haciendo las cosas diferentes. Cómo se hace las cosas diferentes pensando con objetividad, desarrollando un juicio propio que permita criticar los problemas estructurales. Cómo se piensa diferente, educándose de forma diferente, más allá de los estándares de éxito o inteligencia sesgados de una sociedad encapsulada.

Cómo se mantiene un país intacto, haciendo lo mismo de siempre: esperando que las soluciones caigan del cielo, gracias a la misericordia de algún mesías aceptado ampliamente por el colectivo.

Quien no desea escuchar la verdad, por más desalentadora que parezca, es cómplice de su propia desventura.

CARLOS ARMANDO CARDOZO LOZADA

Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Presidente de la Fundación Lozanía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21