Los “derechos” humanos

ANTONIO SARAVIA

Es tentador pensar que solo basta desear algo fervientemente para que se haga realidad. A veces nos creemos Harry Potter, decimos abracadabra y, ¡zas!, esperamos que todo lo que algún día anhelamos se haga cierto y tangible de forma instantánea. La única diferencia con los magos es que no usamos una varita mágica. No, nuestra herramienta es más poderosa: el papel. Si escribimos nuestros deseos en un papel y a este le ponemos un nombre rimbombante como “Constitución” o “Declaración Universal,” el truco es infalible: podemos fabricar la realidad desde nuestra buena voluntad.

El summum de los deseos escritos en un papel son los “derechos humanos.” ¿Queremos que toda persona tenga “derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda…”? ¿Queremos que toda persona tenga “derecho a la educación”? ¿Queremos que toda persona tenga “derecho al descanso, al disfrute de tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”? Claro que sí. Nadie en su sano juicio desea lo contrario. Pues ya está, ningún problema, los escribimos todos en un papel, le ponemos a este el solemne título de Declaración Universal de Derechos Humanos y listo, todos esos deseos se convertirán en realidad, ¿o no?

Nuestra Constitución comparte el mismo arte prestidigitador y con entusiasmo añade a los anteriores que toda persona tiene derecho al trabajo, al agua potable, al alcantarillado, a la electricidad, al gas domiciliario, al servicio postal y a las telecomunicaciones. Leyendo nuestra Constitución uno se pregunta por qué no simplemente escribieron que tenemos “derecho” a ser Suiza o Luxemburgo y nos ahorrábamos prosa.

Resulta, por supuesto, que la realidad es testaruda. No somos Harry Potter. Escribir nuestros deseos en un papel no los convierte en realidad. De hecho, como veremos más adelante, los hace más difíciles de conseguir. Lejos de haberse convertido, entonces, en una “conquista” de las masas o en una “reivindicación” de los sectores populares, los famosos “derechos humanos” son una barrera al verdadero y real progreso que paulatinamente, y a partir de mucho trabajo, hubiera tenido mucha más chance de convertir esos deseos en realidad.

Tener derecho a algo es tener la facultad de exigir ese algo bajo el amparo y la protección de la ley. Los múltiples “derechos” plasmados en la Declaración Universal de Derechos Humanos o la Constitución implican, entonces, que uno podría, con toda legitimidad, pararse en la calle y exigir que se le provea de un trabajo, de agua potable, de salud, de alimentación, de vivienda, etc., sin condición alguna. Dado, sin embargo, que todas esas cosas tienen un costo y no se producen solas, exigirlas como derecho implica imponerle ese costo a alguien más. Y ese es el truco que el mago de los derechos humanos se encarga de esconder. Estos derechos obligan, en realidad, a que unos paguen la cuenta por otros o, lo que es lo mismo, a que unos trabajen para otros.

Digámoslo, entonces, fuerte y claro: ni la salud, ni la educación, ni el trabajo, ni el agua potable, ni la vivienda, ni la alimentación, pueden ser derechos. Serán siempre lo que son: bienes económicos con un costo de producción que alguien tiene que cubrir. ¿Quién le paga al médico? ¿Quién le paga al maestro? ¿Quién le paga al albañil que construye la vivienda? Pretender que estos servicios son derechos es inmoral porque obliga a alguien más a pagarlos y es ineficiente pues esa imposición reduce los incentivos a producirlos y hacerlos disponibles en el mercado.

La producción de bienes económicos es óptima cuando estos son producidos por empresas que tienen como objetivo maximizar ganancias. Estas empresas tienen los incentivos a hacerlo cuando pueden vender sus productos en mercados libres y no cuando alguien les exige que los ofrezcan de forma gratuita porque son “derechos.” La competencia generada por instituciones eficientes que protejan la propiedad privada y faciliten la libre empresa hará, además, que estos productos sean cada vez mejores, más baratos y asequibles para la población.

El capitalismo, el libre mercado o la libre empresa, entonces, es el sistema que hará nuestros deseos realidad. Y esto no es otro deseo o alegre suposición. Es una verdad histórica. El capitalismo es el sistema que más gente ha sacado de la pobreza en la historia de la humanidad. Por el contrario, escribir nuestros anhelos en un papel y hacerlos “derechos” solo creará incentivos perversos que restringirán su producción. Todos queremos que la gente acceda a educación, salud, trabajo y hasta vacaciones pagadas, pero la única forma de movernos hacia ese objetivo es reconocer que todo eso cuesta, que nada es gratis y que debemos buscar la forma de que las empresas tengan los incentivos a producirlos. Eso se logra con más capitalismo, más libertad económica y menos intromisión del Estado.

ANTONIO SARAVIA

Economista liberal. PhD en Economía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21