CARLOS ARMANDO CARDOZO

Escuchar algunos minutos de la interpelación del ministro de Economía, Marcelo Montenegro, basta y sobra para replantearse el rol de los economistas en el país. Hablar de fundamentalismos de mercado, afirmar sin evidencia que el mercado no puede resolver todos los problemas y dar por sentado que el Estado sí, mientras se escuchaban los gritos y vítores de asambleístas de uno y otro lado me lleva a pensar. ¿Es este el trágico desenlace para esta profesión en Bolivia?

Reflexionando sobre las ideas que Montenegro intentaba transmitir sin éxito, es oportuno volcar la mirada hacia las universidades, lugares que, en teoría, deberían ser espacios permanentes de discusión y proposición de ideas, lamentablemente ha sido cooptado por el poder político de los Gobiernos y ha bajado una misma línea de pensamiento, cualquier posibilidad para dar paso a la crítica y reflexión fue desmantelado por un sistema de “adoctrinamiento”, los economistas como planificadores del desarrollo, seres superiores al servicio del Estado que saben mejor que cualquier ciudadano de a pie donde colocar sus recursos. Un engranaje más en la vieja maquinaria de la burocracia.

Una vez “formados” el grueso de economistas son instrumentalizados por la administración pública para ejecutar, planes programas y proyectos que vienen desde arriba, aquella cúpula conformada por burócratas de alto nivel, iluminados e inspirados por el gran patrono “John Maynard Keynes” a quien las velas le sobran en ese altar que se le concede y que nadie jamás intenta poner en duda.

No pretendo satanizar la función pública, pero encuentro imposible que un economista moldeado por el sistema político sea capaz de desarrollar un juicio imparcial lo suficientemente sólido como para prevenir que el gasto público siga el calor de la clase política en desmedro de los contribuyentes que los financian.

Es difícil separar a los políticos de los economistas, hoy en día vemos economistas que juegan a ser políticos malabareando su perfil técnico con su figura o liderazgo político. Como es de esperar fracasan en ambos, sus argumentos carecen de ideas novedosas en su lugar son un refrito de los “evangelios” que rezaron con honores en la academia. Por otro lado, su liderazgo político es débil porque sin carisma y sin ideas exponen su mediocridad, propia de la administración pública en declive.

Se dieron cuenta que el mundo de las ideas es un campo que deben controlar y manejar, ya no basta hacer política de texto. El problema es que al manejar un rol dual entre economistas y políticos pierden credibilidad, cualquier “opinión” es entendida como un simple encargo que el patrón de turno exige a cambio de mantenerse vigente en la larga lista de empleados públicos.

A eso se ha reducido el economista, una simple pieza más que hace eco de panfletos políticos, sin pensamiento propio, sin juicio, con la conciencia alquilada, neutralizado mentalmente.

Que el último economista que quede apague la luz ¿no?

Aún no, hay grandes economistas en el medio que entienden que la batalla de las ideas no puede ser dejada a su suerte, de diversos puntos de vista, pero con un mismo objetivo: alzar la voz y comunicar sus ideas, variopintas, alternativas, atrapantes, tan necesarias para refrescar la opinión pública. Un bálsamo para el sediento en el desierto.

Economistas como Mauricio Ríos García o Antonio Saravia provocan a sus lectores y seguidores con ideas frescas: de libertad y mercado, interpretaciones sinceras acerca de la realidad, verdades difíciles de digerir, pero muy importantes para ser ignoradas. Gonzalo Chavez, con su permanente cruzada por decodificar la siempre compleja terminología económica. Gary Antonio Rodriguez, Carlos Hugo Barbery, Pablo Mendieta y Oscar Soruco Lopez “TUMPA” que nos regalaron un excepcional documento para entender Santa Cruz, como modelo de desarrollo alternativo y al mismo tiempo como sumun de la diversidad cultural nacional en el espíritu cruceño. Por citar algunos ejemplos, y me quedo corto.

¿Es suficiente? No, no es suficiente, los economistas no son monjes que siguen cabeza gacha las palabras de su “maestro” sin poner en duda sus enseñanzas. Quiero creer que un economista es un “agitador nato” imposible de encasillar, en constante movimiento en el campo de las ideas, nutriendo el debate, reinventándose, pero por sobre todo guiando con sus palabras a aquellos sumidos en la oscuridad más profunda del desconocimiento.

Abandonar el rol de “planificadores de vida” para abrazar su verdadero rol, de pensador, de inconforme con el “mainstream”, un explorador, pero por sobre todo lo demás, un ser libre en pleno. No es una elección, es una deuda pendiente con esta noble profesión.

 

CARLOS ARMANDO CARDOZO LOZADA

Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Presidente de la Fundación Lozanía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de Visor21.