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No es exageración: he escuchado no pocas veces, de activistas de diversos lugares del hemisferio, la idea de que los seres humanos somos una plaga, y que estamos destruyendo el planeta y todos sus seres vivos.
Dicen que nuestro crecimiento demográfico sólo ha significado mares, ríos y aire contaminado, extinción de especies, y claro, el famoso calentamiento global.
Por eso estos adeptos al supremacismo ecologista y animalista, tienen, además de tal diagnóstico escabroso, una solución que proponen y repiten en todos los lugares que pueden: los seres humanos no debemos tener hijos. Ni uno solo. Vamos, son más radicales que el Partido Comunista de China (PCCh), con su política de un solo hijo. Y eso ya es mucho decir.
Con esto, podríamos prevenir mayores desastres ecocidas, el agravamiento de los problemas, que para su peculiar interpretación de las cosas, equivaldría a que no quedará ninguna especie más, a que haya un punto de no retorno en el que el planeta sucumba junto con todos sus seres ante el “egoísmo”, antropocentrismo, y “especismo” del tenebroso ser humano. Ese punto de no retorno ya está aquí, según su visión.
Claro está que estos activistas del supremacismo ecoanimalista son totalmente una expresión más del marxismo posmoderno, según el cual hay que destruir al capitalismo y sus valores asociados, y también al cristianismo, a la familia, y a la propiedad privada. ¿Para qué? “Para salvar al mundo”.
En su lucha, el sujeto revolucionario no es ya el proletario que toma las armas, como en el marxismo clásico, sino el activista que pone al planeta y a los animales por encima de todo. El planeta es un “ser vivo” que merece le sirvamos, no que nos sirvamos de él. Los animales no son inferiores al ser humano, sino nuestros hermanos y vale lo mismo una vaca que una mujer, o un perro que un hombre. Así, textual.
No es extraño entonces que en muchos casos, estos supremacistas ecoanimalistas, sean veganos, es decir, que por un supuesto amor al planeta y a sus seres, no consumen en comida ni en productos, nada de origen animal.
No comen carnes rojas ni blancas, nada de res, ni pollo ni pescados o mariscos, ni caracoles, tampoco leche, crema o queso, y tampoco miel de abeja, porque eso sería explotar a las “hermanas” abejas, que obviamente no producen esa miel tan suculenta para que se la coman los despreciables seres humanos, sino para ellas mismas.
Pero tampoco estos supremacistas verdes podrían usar cinturones, chamarras o zapatos de piel de algún animal, ni correas para el reloj, ni broches para el cabello, ni asientos del auto o sofás de la casa, ni ninguna otra cosa que contenga algo, por pequeño que fuera, que venga de los animales.
Con esta forma de pensar, habría que cuestionarles de qué se alimentan, para no “abusar” de ningún ser vivo. Porque incluso si comen lechugas o espinacas, les podemos argumentar, están claramente “asesinando” un ser vivo, una planta, que no por no tener un sistema nervioso, es que valgan menos, siguiendo su misma escala de valores.
No podrían comer, en estricto sentido, sino solamente frutos, semillas o legumbres, para no afectar a ningún ser viviente, para que su nutrición no implicara la “muerte” de un animal o planta. Podría sonar muy descabellado hacer las cosas así, pero, eso sí, sano sí sería, si lo supieran equilibrar bien.
El tema es que hay grandes hipócritas en esas filas, y mientras rescatan perros de la inmundicia en la que malviven en las calles, se van a celebrar sus éxitos comiendo tacos de bistec, de chorizo y de lengua. O comen hamburguesas, y no de las “veganas”.
Están en contra de las corridas de toros porque odian la tauromaquia además de la herencia hispana completa, asumiendo que es una salvajada estar matando a los toros por diversión, pero ellos tienen a sus perros y gatos encerrados en sus departamentos más bien chicos, menores a 100 metros cuadrados, en cualquier urbe occidental, condenándolos a circunstancias desagradables, y nada, nada naturales. Y además, comen todo tipo de carnes, lácteos y huevos. Aunque lo nieguen. Son falsos e hipócritas.
Estos supremacistas ecoanimalistas que se sienten superiores al común de los mortales, porque los consideran inferiores al vivir vidas que sólo contribuyen a destruir el ecosistema, sin conciencia, se burlan –faltaba más, como todo marxista posmoderno- del cristianismo, y en especial de la Biblia, que encomienda al hombre a procrear y poblar el mundo, y a servirse de todo lo que vuele, camine o se arrastre, para alimentarse.
Veamos:
- “Y los bendijo Dios, y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.” Génesis 1, 28-30.
La palabra de Dios no deja dudas, una de las misiones del hombre, al menos desde el Antiguo Testamento, es tener hijos, no al revés, como plantean los supremacistas ecoanimalistas, por lo que sus “enseñanzas” y “valores”, son claramente anticristianos.
Dicho de otra manera, son “anticristos ecoanimalistas”, que subvierten toda la escala de los valores tradicionales de Occidente, buscando en el fondo la extinción de la raza humana, con tal de que los lagartos y los leones puedan pasearse libremente por las calles y recuperar lo que alguna vez, dicen estos marxistas posmodernos, fuera su espacio natural.
Todos los esfuerzos misantrópicos de esta gente verde son poca cosa en su apreciación, cuando se trata de postrarse ante la fauna, el “Dios Sol”, y la “Madre Tierra”, o bien, la “Pachamama”, una expresión indígena que hoy retoman y reciclan los supremacismos progresistas, bajo la vertiente del supremacismo indigenista.
Sobra decir que salta a la vista que todos los nuevos supremacismos progresistas operan de forma transversal (ellos dirían interseccional), y que tienen por común denominador el marxismo posmoderno: la voluntad de demoler al cristianismo, el respeto a la vida desde la concepción –porque son abortistas–, a la familia, a la propiedad privada, al patriotismo, a las libertades y a los derechos humanos auténticos.
Así, por ejemplo, una supremacista feminista, bien puede ser al mismo tiempo lesbiana y supremacista LGBT, y también, supremacista ecoanimalista, y supremacista indigenista. Todo eso es compatible y delinea un cierto perfil psico-político de los activistas de las nuevas izquierdas: anticristianos, marxistas, progresistas, abortistas, feministas, comunidades LGBT, anticapitalistas, globalistas, intolerantes, totalitarios y adoradores del Estado.
Para los supremacistas ecologistas y animalistas, 8.000 millones de seres humanos “reptando” en el mundo, ya es una grosería. Por lo cual, ven con muy buenos ojos los preceptos y las políticas públicas globalistas maltusianas (sin que conozcan a fondo al economista británico Thomas Robert Malthus), según las cuales hay que hacer desaparecer de la faz de la tierra a una gran cantidad de humanos, para que los que queden, vivan a sus anchas. Van con el plan del Nuevo Orden Mundial. Son sus tontos útiles.
¿Y quiénes serían los que quedarían? No hay que ser genios para saber que sólo podrían prevalecer los poderosos. En esto sí tiene razón el pensador israelí Yuval Noah Harari, cuando advierte en sus obras acerca de la sobrevivencia del más rico, que tendría los recursos para comprar su propia supervivencia de una forma u otra.
He escuchado a supremacistas ecoanimalistas gritar quejándose de que tales políticas de control de natalidad, a las que aplauden, siempre se ven obstaculizadas, para desgracia de los marxistas posmodernos, por los activistas provida, a quien por supuesto, desearían exterminar en primer lugar, antes que a todos los demás.
Les parece estúpido que los provida defendamos a “fetos” cuando deberíamos defender a todas las especies parejo, como si valiera lo mismo una pila de cucarachas que un ser humano, como si para abrirle cancha a los burros hubiera que financiar el aborto y promoverlo como la mejor opción para controlar la explosión demográfica.
Y no quiero dejar fuera, además, que según estos amantes de la catástrofe y presuntos mártires de las especies, menos, claro, si se trata del hombre, somos los seres humanos los responsables de lo que llaman la “sexta extinción masiva” de la biodiversidad.
Esa “sexta extinción masiva” tiene según su opinión una gran diferencia con otras extinciones masivas del pasado: la actual es causada por esa maldita especie que se llama ser humano, que ensucia con su sola respiración el aire, y ya no se diga lo que hace cuando usa sus autos, sus aviones, sus fábricas, su ganadería, su avicultura, y cómo explota la tierra, el agua y la energía.
Todo un bruto el ser humano que merece, sin duda, desaparecer del mapa, antes que sea demasiado tarde y nuestro egoísmo como especie nos lleve al apocalipsis demográfico, que ya ha empezado, de la mano del calentamiento global, que dicho sea de paso, pronto será usado por organismos internacionales, para imponer estados de excepción como lo hicieron con la pandemia. Ojo.
Estos supremacistas, así, no sólo son enemigos del cristianismo, que ya era suficiente, sino también, del ser humano en general. Su sueño: un gobierno mundial, un Estado global que acabe con políticas “explotadoras” del medio ambiente.
La Agenda 2030 juega un papel destacado en la construcción de esta sociedad global, sin hijos, dominada por la ideología de género, promotora del aborto, más bien totalitaria, izquierdista, partidaria del supremacismo LGBT y del feminista y la multiculturalidad.
Ahí tiene usted una cara más del marxismo posmoderno. Una muy destructiva y rabiosa. Es lo que hay. Nos toca defender nuestros valores antes que estos seres humanos enemigos de la especie hallen la manera de exterminarnos y quedar sólo ellos con sus delirantes concepciones.
//*RAÚL TORTOLERO PARA PANAM POST//